Un abismo creciente

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Foto cedida por Fidelity International

TRIBUNA de Paras Anand, director de Inversiones para Asia Pacífico, Fidelity International. Comentario patrocinado por Fidelity International.

La reciente noticia de la tregua comercial entre China y EE.UU. ha sido bien recibida por los mercados y resulta interesante ver cómo han mejorado las previsiones económicas y de crecimiento de beneficios como resultado. Sin embargo, es posible que los inversores, ocupados con el brote de coronavirus y sus importantes repercusiones en los mercados, no hayan tenido ocasión de reflexionar sobre las implicaciones del acuerdo. Incluso si dejamos de lado el hecho de que el acuerdo no ofrece muchos detalles ni resuelve completamente la disputa comercial, los últimos trimestres parecen demostrar que el impacto de los aranceles en la actividad económica general ha sido más suave de lo que se temía inicialmente, ya que ambos países reforzaron sus estímulos monetarios y presupuestarios a lo largo de 2019. Parecería lógico, por tanto, que los inversores fuesen prudentes sobre la influencia que tendrá el acuerdo en las perspectivas de crecimiento de 2020.

También conviene preguntarse qué implica el acuerdo en cuanto a la dirección de los mercados para el resto del año. Aunque ahora mismo la atención se concentra en las repercusiones a corto plazo del coronavirus, la relación entre EE.UU. y China tendrá efectos mucho más duraderos. En mi opinión, los inversores deberían prepararse, no para una mayor convergencia, sino para el abismo que irá creciendo entre ambos países a lo largo del próximo año y que tendrá importantes consecuencias para las asignaciones de activos y para las rentabilidades.

En primer lugar, las políticas económicas de EE.UU. y de China podrían ser cada vez más divergentes. Tanto la economía de EE.UU. como los mercados de activos en general se vieron impulsados en 2019 por el cambio de rumbo de la Reserva Federal estadounidense (Fed), que abandonó el gradual endurecimiento de su política monetaria por los temores sobre la liquidez de los mercados monetarios, unos datos económicos algo más débiles y, sobre todo, las importantes (y muy públicas) presiones políticas. Aunque la autoridad monetaria desearía desactivar estas medidas a lo largo de 2020, el hecho de que este año haya elecciones en EE.UU. y la fijación de Trump, no solo con la evolución de la economía nacional sino con el comportamiento del S&P 500, presionarán a Powell para que la Fed mantenga una política monetaria expansiva.

Por el contrario, las autoridades chinas han venido trabajando la idea de que una cifra de crecimiento más baja resulta aceptable y, aunque es probable que la política presupuestaria siga siendo expansiva, no tienen intención de seguir los pasos de otras grandes economías del mundo y llevar los tipos de interés a niveles cercanos a cero o, incluso, negativos, con el argumento de que suponen un riesgo para un crecimiento económico sostenible. De forma similar, la fortaleza relativa del dólar viene siendo un motivo de nerviosismo para el Gobierno estadounidense, mientras que China parece más centrada en que el renminbi continúe reforzando su estatus de moneda de reserva alternativa y estable, lo que implica que la reciente depreciación del dólar con respecto al renminbi podría tener mucho más recorrido.

La otra divergencia interesante que podrían presenciar los inversores a lo largo del próximo año tiene que ver con la siguiente fase de desarrollo de las plataformas tecnológicas dominantes de EE.UU. Empresas como Alphabet, Facebook, Uber, Amazon, etc. han evolucionado con tanta velocidad que es lógico que los reguladores hayan tardado en alcanzarlas. Casi por culpa de su posición monopolística, es probable que la regulación relativa al uso de datos de carácter personal y la responsabilidad por el contenido generado por los usuarios aumente de forma sustancial en la próxima década. Esto es algo que los inversores deben tener en cuenta y que, en gran medida, no están reflejando las valoraciones actuales. Además, podría producirse en un momento en el que la base de clientes no esté creciendo al mismo ritmo, en algunos casos, o que incluso esté menguando, en otros. Si efectivamente estas empresas acabasen resintiéndose, existe el riesgo de que los gigantes tecnológicos chinos (Tencent, Alibaba, etc.) se vean afectados por el sentimiento negativo.

No obstante, es poco probable que la regulación china se vuelta tan restrictiva como la estadounidense. Más allá de las obvias diferencias sociales en lo referente a la privacidad de los datos, las grandes empresas chinas, tanto estatales como privadas, cuentan con estructuras de gobierno corporativo que garantizan su alineación con los intereses del Partido. En este contexto, las grandes plataformas tecnológicas y de comercio electrónico de China han desarrollado sus respectivos negocios teniendo en cuenta su licencia e impacto social. Un buen ejemplo sería el hecho de que Tencent haya restringido el tiempo de juego de los usuarios más jóvenes para proteger la salud visual de los niños. La ambición de crear nuevos campeones nacionales y la alineación con los intereses del Partido podrían generar un entorno completamente diferente para la próxima fase de desarrollo de los megavalores tecnológicos chinos, a diferencia de lo que podríamos presenciar en EE.UU.

Por último, podrían empezar a registrarse divergencias en cuanto al equilibrio de prioridades entre política nacional y desarrollo internacional. China continúa apostando por la iniciativa Belt and Road (BRI) como piedra angular de su estrategia para atraer inversión extranjera y establecer asociaciones económicas. La experiencia de la guerra comercial con EE.UU. (que está relacionada tanto con las relaciones de intercambio como con las políticas nacionales) parece haberle dado impulso a esta iniciativa, lo que se ha traducido en un crecimiento interanual de nuevos contratos en Asia y otras economías en desarrollo de todo el mundo.

Resulta interesante ver que se han retomado ciertos proyectos ferroviarios del sudeste asiático que se habían pospuesto o abandonado. Todo esto vuelve a enlazar con las perspectivas del renminbi y por qué la estabilidad de la divisa resulta tan importante para el banco central chino, o incluso más, que una devaluación competitiva. Por otra parte, parece que el comportamiento de la Casa Blanca sigue viéndose motivado por la promoción de los intereses nacionales de EE.UU. (lo que no resulta sorprendente en un año electoral) y, ahora que la guerra comercial con China pasa a un segundo plano, parece que se está abriendo un nuevo frente con Europa.

Por lo tanto, podría darse el caso de que los mercados no exageren el impacto del acuerdo comercial entre EE.UU. y China en las perspectivas de crecimiento de la demanda y los beneficios empresariales. Y, lo que resulta aún más importante, este impacto debería valorarse en el contexto de las crecientes divergencias que están produciéndose en materia de estrategia y desarrollo económicos, que tendrán importantes consecuencias para el liderazgo de los mercados.