Sopa de letras en el menú chino 

Habiendo viajado a China puedo afirmar que la comida china va más allá de los rollitos de primavera, el cerdo agridulce y la ternera con pimientos; es más, también puedo afirmar que esos platos son como los judiones de la Granja o la morcilla de Burgos: existen, pero no están todos los días en nuestros platos. En China preguntar por arroz tres delicias es como pedirse un bocadillo de calamares fuera de Madrid, puedes intentarlo, pero es complicado. Con esto quiero decir que para gustos los colores, y para fondos, las clases; es decir, tendemos a simplificar, pero la proliferación de clases no se puede tomar a broma y no somos conscientes del problema creciente al que nos enfrentamos. Nos solemos quedar con tres conceptos básicos: clases retail, de banca privada e institucionales…¡y nos quedamos tan anchos! Es más que eso.

El problema se agrava porque ni siquiera los papás de esas clases (las gestoras) son capaces de ponerles apellidos, ni existe una correcta clasificación de esas clases, multiplicando el problema de identificación por parte del inversor. Para colmo, el regulador impone estrictas reglas sobre lo que se debe ofrecer, nos pide a todos que el menú se ajuste al comensal. Tenemos un menú chino (chino de China), con platos que no tienen nombre inteligible para nosotros. Corremos el riesgo de que el cliente y nosotros mismos prefiramos una pizza: algo predecible y sin riesgo regulatorio, con ingredientes conocidos…un menú mucho más simple. La sopa de letras a la que nos enfrentamos, clases A, B, I…etc. es infinita y se ajusta a necesidades que en algún momento surgieron, pero supone un problema para quien quiere hacer las cosas bien.