Responsabilidad inversora: ¿de qué estamos hablando?

Las personas somos las únicas capaces de ser sujetos de responsabilidad, ya que sólo nosotros realizamos acciones deliberadas y libres. A veces se atribuyen responsabilidades a instituciones o entidades colectivas, pero, en realidad, se trata de responsabilidades de las personas que las dirigen y que actúan representando a esas entidades.

La responsabilidad en todas sus formas (y también en el ámbito inversor), implica que quién actúa sea dueño de sí mismo, dueño de sus actos. Esto exige conocer la acción y sus consecuencias inteligibles (en nuestro caso conocer las leyes y normas que rigen el funcionamiento de los mercados financieros), y decidir hacerlo libremente, es decir, porque quiero. Por ello, la responsabilidad está relacionada con dos grandes facultades humanas: el intelecto y la voluntad. El intelecto permite razonar, y la voluntad proporciona capacidad de elegir.

¿Ante quién somos responsables de nuestros actos? Las personas que nos rodean y la sociedad en general. Ellos nos consideran autores o cómplices de determinadas acciones. Esperan de nosotros un comportamiento correcto, al menos en lo que les puede repercutir a ellos, ya sea porque resultan directamente perjudicados o por el deterioro del clima social que ocasionan.

Distinguir aquí el objeto y la intención de la actividad inversora. El objeto (comportamiento concreto, escogido y llevado a cabo por una persona) lo podemos concretar en nuestra actividad como “operación realizada en los mercados financieros en un plazo de tiempo determinado, mediante la cual se busca obtener un beneficio a través de una prevista oscilación de precios y de la obtención de unos cupones y dividendos”. Ya vemos que el objeto de nuestra actividad es intrínsecamente adecuado, siempre y cuando invirtamos en actividades lícitas y respetemos las reglas del mercado.

Por otro lado, la intención responde a la finalidad de la acción, al objetivo que yo pretendo conseguir: es como el motor del acto. Responde a la pregunta ¿por qué haces (o has hecho) eso?. Las respuestas más comunes a ¿por qué inviertes?: “Para ganar dinero”, “Porque es mi trabajo”, “Para mi sustento y el de mi familia”. Todo lo que sea ordenar la ganancia de la inversión a fines superiores, hace liberar al beneficio de sí mismo y nos edifica como personas.

Tomarnos en serio la responsabilidad en nuestra actividad como inversores, merece la pena, ya que nos hace mejores personas y aprendemos a ordenar el tener al ser.

Joaquín Abellanas Pellejero es economista y miembro de EFPA.

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