Propósitos de valor

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Imagen cedida

Las crisis financieras sucesivas y sus implicaciones habrán servido al menos para volver a situar la economía en el centro de las preocupaciones de los ciudadanos europeos. Nadie duda de que las nuevas generaciones sabrán a partir de ahora que cuando se toma dinero prestado, hay que devolverlo un día… Más allá de este principio básico olvidado desde hace algunas décadas, otras nociones más abstractas como el PIB, el déficit presupuestario o la evolución del tipo de interés ocupan las primeras páginas de los periódicos. Unas nociones que merecen ser explicadas para entender mejor los acontecimientos e intentar reconciliar lo irreconciliable: el mundo de las finanzas y los ciudadanos.

Según el INSEE, “el PIB es igual a la suma de los valores añadidos de los agentes económicos residentes…” A través de este cálculo del PIB, una comunidad (Estado) puede identificar sus fuentes de creación de riqueza y, a la vez, medir sus fuerzas y debilidades en este ámbito, comparándose con sus homólogos y, en su caso, poner de relieve este valor para reconfortar y/o dar confianza a los que querrían prestarle capital. En el cálculo del PIB, el valor añadido se sitúa claramente en el centro de la creación de riqueza de la comunidad: sin valor añadido no hay PIB.

El valor añadido, más allá de su definición contable es, en sentido literal, el valor que añadimos con nuestro trabajo y nuestras competencias. Es el servicio que ofrecemos a un tercero que está dispuesto a pagar un precio por él… Con estos elementos, se vuelve más fácil comparar las creaciones de riqueza entre un país y otro: el PIB por habitante o, dicho de otra manera, el valor que cada uno añade a su “ciudad” es un indicador excelente para evaluar rápidamente la etapa de desarrollo de un país.

Cuando sabemos, por ejemplo, que cada chino añade cada año unos 7.500 dólares de valor a su comunidad, parece más difícil pedirle que venga a ayudar a cada europeo productor de 30.000 dólares, pero que carece del crédito suficiente para poder hacerlo…

El valor añadido, desde el punto de vista microeconómico (¿de abajo a arriba?) es ante todo el dinero que le queda a un empresario para remunerar a aquellos que han dado lugar al aumento del valor: en primer lugar, los asalariados a través de sus salarios; luego, la inversión (las amortizaciones) necesarias para ofrecer el servicio; los banqueros que prestan el dinero para financiar la actividad y que piden intereses a cambio; el Estado, siempre en busca de recursos para la comunidad, y, por último, los accionistas que se ven recompensados por la distribución de dividendos o por el crecimiento de la riqueza de la empresa y de sus fondos propios.

Todos los estudios lo demuestran. Desde principios de los años 80, el reparto de este valor añadido ha favorecido ampliamente a la empresa y a sus accionistas: la cuota de los salarios, de los bancos, del Estado y de la inversión ha disminuido en valor relativo, viéndose privilegiada la cuota del margen neto de la empresa.

Sin embargo, desde hace algunos años, la bolsa se niega a reflejar objetivamente el valor acumulado por la empresa: el precio de los activos que añaden valor ha bajado, mientras que el de los activos inmovilizados (bienes inmuebles, obras de arte) progresa rápidamente… La renta ha sustituido al riesgo y el miedo al futuro al deseo de ganar.

Ante el estancamiento de la suma de los valores añadidos (PIB), el accionariado europeo duda legítimamente del reparto futuro de éste último. Y, sin embargo ¿un reparto que dejase más espacio para la inversión y para los asalariados no sería una de las claves del crecimiento futuro de nuestras economías?