¿Por qué rentabilidad absoluta?

En los últimos años, los fondos que persiguen rentabilidades absolutas se han creado fama entre los inversores y algunos comentaristas cuestionan si se trata de una nueva moda dentro del sector. En Newton, parte de BNY Mellon Asset Management, creemos que dicha tendencia es una respuesta más que razonable ante un panorama de inversión que ha cambiado. Para entender el porqué, tenemos que volver la vista atrás.

Muchos de nosotros hemos crecido o pasado gran parte de nuestras carreras en un entorno de rentabilidad superior a la normal para activos financieros. El periodo en cuestión transcurrió entre los años ochenta y mediados de la década que acabó este año y la clave de por qué dicho periodo ofrecía un rendimiento tan fuerte reside en su punto inicial. En lo relativo a las inversiones, el punto inicial de cada uno (lo que paga) es el principal indicativo de la rentabilidad que puede esperar y, aunque los inversores no lo sabían en su momento, su punto inicial fue muy prometedor. Los tipos de interés eran altos y el precio de los activos era extremadamente bajo.

De hecho, los tipos de interés y la rentabilidad de los bonos en los años ochenta estaban establecidos para caer desde cifras de dos dígitos e iniciar una tendencia que duraría más de dos décadas. Los tipos de interés que disminuían no fueron el único factor detonante: los indicadores demográficos eran favorables (los que nacieron durante el baby boom comenzaban los años en los que más gastarían), la globalización incrementaba el nivel de vida al mantener el coste de los bienes bajo, y tanto la tecnología como la desregularización transformaban la capacidad del sector financiero para crear crédito. En la economía global, la tendencia “a la desinflación” suponía que cualquier bache en el camino económico se podía sortear con tipos de interés todavía más bajos y una mayor ampliación de crédito. El resultado fue que los ciclos económicos parecían alargarse y amortiguarse y las autoridades monetarias, que deseaban enfatizar que las medidas sobre la inflación que habían tomado eran las que habían logrado este milagro, bautizaron el periodo como el de la “gran moderación”. Esta forma de pensar, junto con la mera duración del periodo, repercutió en los estilos de inversión: fue la época en la que nacieron las inversiones pasivas, basadas en los índices y el “riesgo” empezó a asociarse con la incapacidad para conseguir la rentabilidad de los mercados alcistas.

El resto, por supuesto, es historia; después de todo, no se trataba de un milagro económico, sino de la mayor burbuja de deuda de la historia y a día de hoy el panorama de inversiones no tiene nada que ver con el de principios de los años ochenta. De hecho, muchas de las relaciones se han invertido; los tipos de interés ya son bajos, con poco margen (absoluto) para descender más, la tasación de activos (como son los bienes inmuebles y los valores de renta variable) está por encima del promedio y la perspectiva demográfica (con la población activa reduciéndose en Occidente) parece claramente débil. Además, los factores de estabilidad se presentan ajenos al ciclo económico: en el mundo que precede a la crisis de crédito, los que trazan las políticas ya carecen de margen para alargar y aletargar el ciclo rebajando los tipos y forzando la ampliación de crédito en sus economías.

La posibilidad más sólida es, entonces, que la rentabilidad (en promedio) de los activos financieros sea inferior a la que muchos inversores están acostumbrados y también es muy probable que esta rentabilidad inferior venga acompañada por una mayor volatilidad. En un contexto a muy largo plazo, este sería un entorno de inversión más “normal”, siendo la anomalía la tendencia anterior.

¿Qué es lo que los inversores deberían modificar en dicho entorno de rentabilidad inferior y una mayor volatilidad? Nos parece razonable sugerir que, si los mercados de activos no van a subir indefinidamente, los inversores deberían elegir un objetivo que pretenda aumentar el valor de sus activos y dejar el cómo van a conseguir la rentabilidad en las manos de su gestor.

En un entorno de mercado volátil, la capacidad para producir una rentabilidad asimétrica es todavía más importante que en los mercados fluctuantes (¡y un objetivo de subida único es una forma eficaz de conseguir que un gestor se concentre en la asimetría!). Una estrategia debería intentar participar en periodos durante los que los mercados de activos de riesgo estén subiendo, y la vez limitar la bajada cuando se inviertan los mercados. Esta combinación de volatilidad reducida y de protección del capital puede ofrecer una rentabilidad convincente a un plazo más largo; esto tiene menos semejanza a una moda inversora y más a una vuelta a enfoques o estilos de inversión más activos que imperaban antes de que arraigase el “gran mercado alcista”.

Alcista

Las estrategias que persiguen rentabilidades absolutas se adecuan a la posible situación general de rendimiento inferior y volatilidad superior.

Un objetivo sólo al alza razonable, fuerza a los gestores a prestar más atención al riesgo de perder el dinero de sus clientes.

Una estrategia diversificada sensata y con margen para perseguir distintas combinaciones de activos deberían ser capaces de satisfacer las aspiraciones, en lo que a rentabilidad se refiere, de la mayoría de los inversores.

Bajista

Si estamos en los “pies” de un nuevo mercado alcista para los activos financieros, es probable que los fondos de rentabilidad absoluta tengan un rendimiento más bajo.

Es muy probable que el sector, en general, no consiga lograr los objetivos que se había marcado.

Las maneras de abordar cómo conseguir rentabilidad absoluta son de lo más diversas; aunque no existe “la manera correcta”, los inversores deberían desconfiar de estrategias demasiado complicadas.