Petróleo y coronavirus

Rodrigo Villamizar Alvargonzález (IEB)
Foto: cedida por el IEB.

Artículo de Rodrigo Villamizar Alvargonzález, profesor del IEB. Fue Ministro de Energía de Colombia y Embajador en Japón y otros países del Sudeste Asiático. Actualmente es jefe de Estrategia para las Américas de Kaiserwetter Energy Asset Management S.L.U., Chairman de Borametz Group, miembro de The Legacy Group of Washington y  VitaEnergy y de Madrid y profesor visitante de la Universidad de San Diego.

Muchos acusan al coronavirus de ser el verdugo del petróleo. Pero ello pone la culpa principal en el sitio equivocado. Es la demanda, no el coronavirus, la causante de los bajos precios del petróleo. Lo que el común de la gente llama una pesadilla, los poseedores de futuros petroleros lo llaman calamidad. Y cuando los precios del petróleo incursionan en territorio negativo como lo hicieron el 19 de abril, por primera vez en la historia, el término que más ha resonado en Wall Street es maldición. Quizás lo primero que hay que responder ante esta situación es ¿por qué ha ocurrido y que significa ello para la más importante materia prima y para la economía mundial?

Ciclos de precios altos y fuertes caídas no son nada nuevo; pero esta vez es diferente. El coronavirus ha sido un factor detonante pero no su principal causante. La gran causa detrás de la caída del precio del crudo (responsable de casi el 40% del consumo de energía) es la demanda. La nueva situación ni siquiera es causada por la guerra por la participación de mercado entre Arabia Saudí, Rusia y EE.UU.

Hay otros factores más impactantes que seguirán presionando precios y cantidades de crudo hacia la baja, más allá de 2050. En concreto veo tres. En primera fila está la presión por disminuir la huella de carbono para reducir el cambio climático desinvirtiendo y reduciendo el consumo de combustibles fósiles usados en los desplazamientos por tierra y aire. En segundo lugar está la penetración de los vehículos eléctricos y su efecto sobre el trasporte terrestre que llegaría a un  20% en 2050. En un libro de próxima publicación (Energy and Power Futures), este autor y dos expertos, proyectamos que el sector del petróleo pasará de representar el 37,5% del total de la energía consumida en 2020 al 22% en 2050; cediendo paso al gas natural y las energías renovables.     

El tercer culpable es la revolución del shale o esquisto. Hay otros: el convencimiento tardío que el peak-oil (que el petróleo se acabará pronto) es una quimera y la irrelevancia del Cartel de la OPEP. Shale oil empoderó a Washington con una nueva y potente artillería geopolítica para alterar el precario equilibrio sostenido por la dupla Arabia Saudí y Rusia. Y el peak-oil está siendo asimilado por la demanda. El proceso era simple: cuando los precios del petróleo subían, la OPEP se beneficiaba de mayores ingresos perdiendo cuota de mercado.

Ahora quien manda no es la OPEP, ni su líder Arabia Saudí. Desde hace más de dos años la OPEP ha debido pedir (rogar, es un término más adecuado) a Rusia ayuda para recortar suficiente producción para mantener los precios por encima de 60 dólares por barril. Esto ya no es suficiente de cara al nuevo enemigo: la producción shale de EE.UU. La única forma con la cual Arabia Saudí y Rusia no pierdan participación de mercado es invitar a EE.UU a coordinar recortes para tratar de sostener los precios.

Pero ni siquiera ello parece suficiente: EEUU ha avalado un recorte de casi el 10% de la producción diaria mundial (hecho sin precedentes) sin efecto alguno. Pudo más la congestión de oferta y la escasez de almacenamiento en Cushing Oklahoma, el llamado cruce de oleoductos del mundo, que el poder de convencimiento de Trump, Putin y el príncipe MBS. Por primera vez hemos podido medir los límites mundiales de capacidad de almacenamiento y la incapacidad de controlar el mercado cuando la oferta desborda imparablemente a una demanda que declina inexorablemente.

A diferencia de anteriores caídas de precios esta vez se ha estrechado la franja para futuros movimientos de precios. Esta nueva franja ya no oscilará entre 15 y 140 dólares (como ha sucedido en las últimas décadas) sino entre 10 y 60. Además, no volveremos a ver producciones mundiales futuras por encima de 100 millones de barriles por día. Los precios del petróleo por encima de 60 dólares ya eran insostenibles al término del 2019. Y cuando pase la tormenta pandémica del coronavirus, el paisaje petrolero habrá cambiado tan drásticamente que 50 dólares por barril será un límite superior.

Para EE.UU acceder ahora por la puerta ofrecida por Rusia y Arabia Saudí, es atravesar un umbral que jamás soñó cruzar y siempre juro destruir. Pero en geopolítica priman más los intereses que los principios. La nueva realidad apunta a un mercado monopolístico dominado por una troika que, parodiando al presidente de EE.UU, pregonará una nueva era de dominación energética; pero de un mercado en declive. ¿Qué significa todo esto para la economía y para grandes y pequeños productores como para consumidores?

Las economías petroleras sentirán el dolor de no haber aprovechado la época dorada de rentas monopólicas para haber hecho las inversiones sociales requeridas. Solo los productores con costes de producción por debajo de 20 dólares por barril podrán subsistir. Arabia Saudí, Rusia y EE.UU serán el nuevo cartel de facto. Todo esto dejará fuera al 60% de los productores menos eficientes.  

Cuando los elefantes pelean las hormigas sufren, dice un refrán popular. Ahora que EE.UU ya no forma parte de las hormigas, podrá clamar victoria haciendo parte de la pequeña manada de los grandes elefantes productores de petróleo (en 2019 EE.UU ya exportó por primera vez mas petróleo del que importaba). En la práctica, Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudí poseen la convergencia necesaria para repartirse la mayor parte de la tarta… Solo que esa tarta es más pequeña y se irá encogiendo inexorablemente en el tiempo.