Mitos y realidades sobre la guerra de divisas

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Desde hace algún tiempo, la ‘guerra de divisas’ se ha convertido en un término habitual en cualquier noticia sobre política monetaria. Aunque no se trata de un concepto nuevo, la amenaza de una devaluación competitiva volvió a copar los titulares a finales de 2012, cuando los comentarios del nuevo primer ministro japonés, Shinzo Abe, que se comprometió en campaña a aplicar agresivas medidas reflacionistas, provocaron fuertes caídas del yen frente al dólar estadounidense y el euro.

Sin embargo, en el último White Paper de Deutsche Asset & Wealth Management y el Global Financial Institute (GFI), el catedrático de la Universidad de California Berkeley Barry Eichengreen analiza las denominadas guerras de divisas desde una perspectiva histórica para concluir que, al contrario de lo que se suele argumentar, “a largo plazo las devaluaciones resultaron positivas para todos los países implicados, sobre todo en comparación con la situación previa de inmovilismo político y de tipos de cambio”.

Eichengreen destaca también que “no todas las acciones emprendidas por los gobiernos o los bancos centrales para devaluar la moneda del país deben interpretarse como un ataque económico contra otros países. Los dirigentes políticos que se quejan de las políticas monetarias expansivas aplicadas por países como Estados Unidos, Reino Unido o Japón harían bien en distinguir los efectos positivos y negativos de estas políticas y considerar las alternativas. ¿Realmente estarían mejor los países emergentes si los países desarrollados, amenazados por la deflación y la recesión, abandonasen estas medidas extraordinarias?”, se pregunta el experto.

El problema, en opinión de Eichengreen, es que las devaluaciones sufren una estigmatización que tiene su origen en 1929. “Durante la Gran Depresión que siguió al crack, algunos países decidieron abandonar el patrón oro para mejorar su competitividad y estimular sus economías. Algunos autores afirman que este objetivo no se cumplió pero sí provocó la imposición de barreras comerciales y otras medidas por parte de los países con monedas sobrevaloradas y que incluso pudo influir en la gestación de la Segunda Guerra Mundial. Lo cierto es que esta historia es simplista y engañosa”.

Según explica el catedrático, “los trabajos académicos más recientes demuestran que las devaluaciones de los años treinta no fueron estériles porque impulsaron cambios en las políticas que mejoraron la posición relativa de esos países. Si bien es cierto que la depreciación estimuló la demanda de productos nacionales frente a los extranjeros, lo verdaderamente importante es que el abandono del patrón oro marcó el inicio del compromiso con la estabilidad de precios frente a la estabilidad del tipo de cambio. Además, las nuevas políticas fomentaron la bajada de los tipos de interés, estimularon el gasto en inversión y el consumo, frenaron la deflación y concedieron mayor libertad de acción a los bancos centrales para que pudieran actuar como prestamistas de último recurso”.

A pesar de todos estos aspectos positivos, algunos países como Francia, Bélgica, Polonia y otros países centroeuropeos, que habían experimentado una inflación descontrolada en décadas anteriores, decidieron continuar con el patrón oro, lo que acabó teniendo profundas consecuencias negativas. En palabras de Eichengreen, “el problema de los años treinta no fue que algunos países abandonasen el patrón oro, sino que el resto de países no lo hiciera”.

Pasado y presente

El debate actual sobre la supuesta ‘politización de los tipos de interés’ tiene muchos puntos en común con lo vivido en los años de la Gran Depresión. Los críticos de las medidas extraordinarias afirman que no son eficaces y enfatizan sus efectos negativos pero existen numerosos estudios que aportan datos en sentido contrario. Además, existen temores de que el exceso de liquidez acabe generando nuevas burbujas.

“La implicación que subyace a este argumento es que el proceso de desapalancamiento necesario para devolver la seguridad y la estabilidad a la economía se está viendo frustrado”, explica Eichengreen. Sin embargo, el experto defiende que “la mejor medida contra los posibles excesos es reforzar la supervisión y la regulación de los mercados financieros y adoptar las medidas de política fiscal necesarias, no exigir un abandono prematuro de las políticas monetarias de estímulo”.