Las empresas superestrella, en el punto de mira

Sol Hurtado de Mendoza
Cedida

TRIBUNA de Sol Hurtado de Mendoza, directora general de BNP Paribas AM para Iberia. Comentario patrocinado por BNP Paribas Asset Management.

Vivimos en un mundo gobernado por gigantes. En los últimos años ha surgido una élite de negocios enormes que se han hecho con el dominio de los mercados mundiales: las empresas superestrella. Todos sabemos quiénes son, pero ¿sabemos por qué?

Empresas como Facebook, Amazon, Google y Alibaba son una rareza: entidades gigantescas y extremadamente rentables, influyentes y dominantes. Este puñado de compañías representan una proporción considerable de todo el beneficio corporativo, y su aparición tiene implicaciones profundas para el mundo que nos rodea y para las decisiones que tomamos como inversores.

En 1981, el economista estadounidense Sherwin Rosen ya acuñó el término economía de las superestrellas, pero la revolución digital ha acelerado el fenómeno. Por eso no sorprende que algunos de estos titanes pertenezcan a este sector. Amazon solo tiene 25 años de vida. La empresa tardó siete años en conseguir su primer trimestre con beneficios y más de 12 en resarcirse de sus déficits iniciales. Ahora está valorada en casi 800.000 millones de dólares. Esta evolución contrasta con el desarrollo mucho más lento en sectores más tradicionales como la energía y los bienes de equipo, donde conseguir el estatus de superestrella conlleva una media de 80 años de espera.

Pero ¿qué criterios distinguen a una empresa superestrella? y ¿pueden emplearse para identificar a las compañías susceptibles de entrar en este club en el futuro? Estas compañías tienen ciertas características comunes: realizan fuertes inversiones en investigación y desarrollo (I+D) compensadas con costes de producción bajos; tienen un crecimiento fuerte y sostenible con un alto grado de liquidez; ofrecen bienes o servicios muy atractivos para el mercado de gran consumo y que se pueden distribuir a escala global; gozan de sólida presencia en mercados con oportunidades abundantes; reinvierten una parte sustancial del beneficio para estimular el crecimiento; y gozan de una alta rentabilidad del capital invertido (ROIC, por sus siglas en inglés).

El poder de una superestrella es inmenso. Con ese estatus, las empresas pueden, por ejemplo, reducir precios para dejar fuera a la competencia o fijar el precio de bienes y servicios por debajo de una curva de coste marginal bajo para asegurarse la lealtad de los clientes. A pesar de estas condiciones de mercado tan favorables, invertir en estas empresas requiere grandes dosis de atención. Hay dos razones:

La ley del más fuerte: la economía de las superestrellas es fluida. Estudios de McKinsey demuestran que casi la mitad de ellas caen en desgracia en cada ciclo económico. Mantenerse en la cúspide es difícil, y más en los mercados emergentes, donde la rotación es todavía mayor que en el universo de los mercados desarrollados.

Luego están las empresas cercanas al superestrellato pero que se quedan cortas en una o dos áreas clave, como por ejemplo Uber. En el primer trimestre de 2019, la compañía de movilidad compartida sufrió una pérdida neta de 1.010 millones de dólares sobre ingresos netos de 2.760 millones : una superestrella a ojos de muchos, pero cuyo rendimiento operativo no da la talla. Otro ejemplo es WeWork, el proveedor de espacios de trabajo que todavía no ha generado beneficio y que se está preparando para salir a bolsa. ¿Cómo afrontará esta empresa un bajón del mercado inmobiliario? ¿Deberíamos valorar a WeWork como una compañía tecnológica, o compararla con el sector inmobiliario, que tiene una calificación muy inferior?

El poder conlleva responsabilidad: hasta hace pocos años, crecimiento y rentabilidad eran casi todo lo que se les exigía a las grandes corporaciones, pero esto está cambiando con rapidez. La ética de las empresas y su compromiso con la sostenibilidad es cada vez más importante y, cuanto más monopolísticas parecen sus prácticas de mercado, mayor es la atención que reciben de gobiernos, organismos reguladores, medios de comunicación, clientes y otros grupos de interés.

Muchos opinan que se tiene que poner fin a la priorización de los accionistas y que la política pública debe jugar un papel a la hora de dirigir el capital hacia lugares más productivos, más lejos de la bolsa y más cerca de la economía. Hoy, más que nunca, una gran empresa tiene que ser una buena empresa.

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