Las consecuencias económicas de los "Money Printers"

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Joel Filipe (Unsplash)

Bajada de tipos de interés al 0%, rescate del sistema financiero y de la industria del automóvil, QE1, QE2, ¿QE3, QE4, QE5…? Y todo esto en tan sólo 4 años. Marc Faber, genial economista e inversor, le ha bautizado como “The Money Printer” (algo así como “el impresor de dinero”). Sin embargo, este calificativo comienza a quedársele corto al señor Bernanke. No sabemos cómo se le conocerá dentro de unos años, cuando podamos ver sus actuaciones con más perspectiva. Lo que sí podemos, y debemos analizar, son los efectos que estos denominados planes de estímulo están teniendo sobre la economía global.  

Vayamos por partes. Tras el pinchazo sucesivo de las burbujas inmobiliaria y crediticia, la Reserva Federal y el gobierno de EE. UU. inyectaron cantidades astronómicas de dinero en los sectores financieros y de automóviles con el fin de evitar su quiebra. Por otro lado, el gobierno realizó un importante aumento del gasto público en paralelo, con la esperanza de que así aumentara la demanda agregada del país. Dos años después, el resultado fue más desempleo, consumo estancado y mayor deuda. Esto propició que la Reserva Federal pasara hace unos meses a una estrategia más agresiva con el denominado Quantitative Easing, que consiste, ni más ni menos, en ir comprando directamente bonos del Tesoro que los bancos del país tienen en su balance para inyectar liquidez al sistema bancario y mantener bajas las rentabilidades de estos bonos. El objetivo último es que los bancos aumenten el crédito a las familias y que éstas consuman más. Ahora bien, esta maniobra tiene dos problemas que, como poco, la cuestionan:  

1. Aumentar la masa monetaria del sistema conlleva un debilitamiento del dólar: a mayor número de “papelitos” circulando, menor es su valor. Y como las materias primas de todo el mundo están referenciadas al dólar, su precio aumenta de manera artificial.

2. El otro problema es que la Reserva Federal no tiene control alguno sobre el destino del “nuevo dinero”. Y, por ahora, su destino favorito han sido los activos referenciados al dólar: bolsa de EE.UU., materias primas, metales preciosos… con lo que sus precios aumentan también por esta vía.  

¿Qué podemos esperar a partir de ahora? Recientemente los demócratas y republicanos llegaron a un débil acuerdo político para elevar el techo de la deuda, a cambio de reducir el gasto público los próximos años. Por tanto, sólo le quedan al gobierno dos alternativas para seguir influyendo en la economía: bajar los impuestos o empujar a la Reserva Federal para que siga expandiendo la masa monetaria. Seguramente veamos un poco de la primera y mucho de la segunda, porque la deuda hay que pagarla, aunque sea aniquilando el valor del dólar…  Y, ¿en el resto del mundo? Pues más de lo mismo.

En nuestra Unión Europea recientemente comenzamos nuestro particular Quantitative Easing. El BCE ha decidido lanzarse a comprar deuda de los países periféricos con el fin de presionar a la baja sus tipos de interés. ¿No nos suena ya? Sí, es lo mismo que ha hecho la Reserva Federal. ¿Las consecuencias? Las mismas: más “papelitos” entrando en circulación y, por tanto, depreciación del euro.  

Estas dos políticas ultra-expansivas realizadas por Ben Bernanke y su aprendiz Jean Claude Trichet, continúan haciendo estragos en el mercado de divisas. El franco suizo, el yen japonés, incluso el yuan chino… ¡todos están en máximos históricos! Obviamente, las autoridades monetarias de Suiza y Japón no se han quedado de brazos cruzados y, recientemente, han anunciado que piensan intervenir en los mercados de divisas para evitar que sus monedas sigan apreciándose. ¿Esto qué quiere decir? Efectivamente: más “papelitos” al sistema en forma de “nuevos” francos suizos y yenes. Y no acaba ahí la cosa, porque el Banco de Inglaterra está estudiando tomar medidas similares.  

¿Y las economías emergentes? La mayoría sufriendo las consecuencias de la subida de las materias primas. Mención especial merece China y su política cambiaria ligada al dólar. Hasta ahora ha dejado apreciar su moneda muy lentamente pero a costa de tener una inflación cada vez más desbocada. El problema es que si revalúa el yuan rápidamente, perderá competitividad, caerán sus exportaciones y, por tanto, su crecimiento quedará en entredicho. La idea de las autoridades del país era ir realizando una transición paulatina de una economía netamente exportadora a una economía con demanda interna fuerte. Pero las políticas monetarias expansivas del mundo desarrollado están tirando al traste con su programa.  

¿Cómo se arregla este entuerto? Posiblemente cada vez veamos más presiones por parte de las economías emergentes más fuertes (China, Brasil, Rusia…) para que el dólar deje de ser la divisa de referencia mundial. Eso pasa por volver al patrón oro o crear una cesta de divisas de referencia. La primera opción parece, a priori, la ideal y somos muchos los que opinamos que nunca se debió abandonar. Sin embargo, los gobiernos no querrán deshacerse del monopolio del dinero, así que no parece que puedan ir por ahí los tiros. La segunda parece la más plausible. Pero no está exenta de problemas: ¿Qué divisas se incluyen? ¿Quién lo decide? Y, sobre todo, ¿Cómo reaccionaría EE. UU.?  Ante este complicado puzzle, uno tiene que pensar muy bien dónde invertir sus ahorros. Como hemos visto, las políticas monetarias expansivas conllevan una depreciación de las divisas y, por tanto, inflación. Es por ello que debemos evitar confiar todo nuestro dinero a depósitos y activos de renta fija porque, de esa manera, perderemos poder adquisitivo irremediablemente.

La única manera de evitar que esto suceda es invertir en activos reales: metales preciosos, materias primas y empresas. Los dos primeros grupos no generan flujo de caja al inversor pero ayudan a proteger el dinero. El último ayuda a proteger el dinero y contribuye a que crezca. La intuición nos dice que lo seguro es invertir en depósitos y renta fija porque son activos poco volátiles. La realidad, sin embargo, es justamente la contraria. John Maynard Keynes acuñó la famosa frase de “A largo plazo todos muertos”. Parece que ahora sería más adecuado cambiarla por: “A largo plazo todos pobres y muertos”. Sólo uno de los dos problemas tiene solución. De nosotros depende que así sea.