La sostenibilidad de un país genera valor añadido

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Imagen cedida

Pueden hacerse varias observaciones interesantes sobre los resultados de un enfoque “best in class” que integran las cinco dimensiones de la sostenibilidad de un país y demuestran el valor añadido y la pertinencia de este enfoque.

La primera observación concierne a la pertinencia de las calificaciones de crédito de las agencias reconocidas. En efecto, cuando se pone en paralelo la clasificación de los Estados miembros de la OCDE con su calificación de crédito por S&P, por ejemplo, aparece una cierta estabilidad en la clasificación de sostenibilidad, mientras que, las calificaciones de crédito, han conocido modificaciones sustanciales en los últimos años.

Tomemos el ejemplo de España. Cuando se instauró el modelo de sostenibilidad, se clasificó en el vigésimo segundo puesto con una calificación de crédito equivalente en ese momento a AAA por S&P. En la última clasificación (septiembre de 2012), el país obtuvo una ligera mejora en su posición sostenible (décimo segunda) –explicada, sobre todo, por la dimensión social en la que la reducida tasa de suicidio, el porcentaje de dependencia o de mortalidad infantil en términos relativos constituye una fuerza del país–, mientras que, su calificación de crédito por la misma agencia se redujo sensiblemente (BBB-). Los resultados obtenidos sobre las diferentes dimensiones de sostenibilidad muestran una cierta debilidad del país y esto, antes de la crisis de hoy y en un contexto de sostenibilidad global, coincide con los resultados de la deuda del país. Si las agencias de calificación han degradado sustancialmente la calificación ibérica con el fin de reflejar mejor la realidad de la situación, esto ha sido realizado sin duda bajo los efectos de la urgencia y de la reparación, lo cual corre el riesgo contrario de soslayar el eventual progreso registrado por el país. Efectivamente, si el enfoque de "best in class" hace difícil la apreciación de la mejora real de un país porque actúa el efecto relativo, España, sin embargo, mejora sus resultados de sostenibilidad.

Grecia es también un ejemplo de la discordancia entre la sostenibilidad global del país en la instauración del modelo (diciembre de 2007) y su calificación de crédito. Desde el principio, Grecia ocupó incansablemente el tercer puesto de cola del pelotón, pero después conoció una degradación sustancial de A- a CCC pasando por el estatuto de “Not Rated” en los tres últimos años.

La segunda observación concierne a las cabezas de la clasificación. Tal como se ha explicado antes, si bien es cierto que no hay pruebas científicas de correlación positiva entre sostenibilidad socio-medioambiental y sostenibilidad económica, hay que constatar sin embargo que las diez primeras posiciones –con excepción de Islandia– han pasado relativamente bien por la crisis financiera. Además, cuando aparecen nuevos estudios sobre el medio ambiente, la sociedad o el gobierno, son a menudo los mismos países los que van en cabeza. ¿Simple coincidencia?

El caso francés

Finalmente, el criterio de tendencia es bastante coherente con la situación económica de un país. Francia es en esto un claro ejemplo. Una gran mayoría de economistas franceses e internacionales son del parecer generalizado que el estatuto AA de Francia es discutible, que la actual percepción de los mercados financieros con relación a la deuda francesa se vincula con la percepción de un activo de alta calidad, cercano, aunque inferior, al Bund alemán, mientras que sus métricas económicas y financieras se acercan más a las de una economía como la de Italia. A los poderes se les critica su falta de reformas, una cierta laxitud que sólo se corregiría, según la opinión de algunos, si los mercados financieros y las agencias de calificación de crédito la colocaran entre la espada y la pared. Esta falta de dinamismo es también percibida a nivel de la clasificación sostenible de la República Francesa. Si bien el país no se ha deteriorado realmente en el conjunto de los criterios utilizados, no es menos cierto que en un enfoque relativo y comparativo, se deja fácilmente superar por la mejor prestación de sus co-miembros de la OCDE y pierde, por consiguiente, varios puestos en la clasificación, un total de tres puestos desde la inauguración del modelo.

Este criterio de tendencia es pertinente en la gestión de obligaciones soberanas. Permite distinguir entre dos países muy comparables a ojos de los mercados financieros, pero sensiblemente diferentes en su perfil sostenible.

Como ocurre a menudo, habrá sido necesaria una crisis importante para mostrar las debilidades de ciertos modelos económicos y financieros mono-perspectivos. Ahora bien, en un contexto de globalización de la economía, con importantes retos como el desafío demográfico, el agotamiento de los recursos y el cambio climático, parece evidente que los Estados, como importantes actores de la economía, tienen un papel central a desempeñar y contribuyen plenamente a la sostenibilidad de los sistemas establecidos. Por lo tanto, para que una economía sea eficiente, debe operar en un marco democrático apropiado y compuesto de instituciones de gobierno de alta calidad. Si no se invierte en el bienestar y el conocimiento de las generaciones actuales y futuras, se ponen en peligro las posibilidades de pervivencia en el futuro. Si no se tienen objetivos de gestión sostenible de los recursos y el medio ambiente, no hay ninguna posibilidad de sobrevivir ante los importantes retos a los que el planeta deberá enfrentarse en pocos años.

Finalmente, el incumplimiento de los compromisos internacionales (tratados, convenios, etc.) demuestra una fuerte probabilidad de incumplimiento de los compromisos en relación con los acreedores. Por lo tanto, aunque sea complicado hacerlo, es primordial integrar a los países como actores económicos y analizarlos según una matriz que integre tanto las áreas financieras y económicas como las dimensiones sociales, medioambientales y de gobierno, a semejanza de lo que cada vez es más corriente en materia de empresas.