Gin Tonic, no te vayas nunca, por favor…

Llevo semanas leyendo cosas sobre él. He visto cómo se empieza a pedir y a servir en algunas terrazas y locales de la capital. Me he dado cuenta de que es lo que toma uno de los personajes de Misfits, una original serie británica. Y he escuchado esta frase: “Es el Gin Tonic del futuro”. Y no es gratuita: me la ha dicho una persona que sabe una barbaridad de destilados y cócteles. El vodka-tonic (todavía en minúsculas y con guión para mí) parece que se abre paso, poco a poco entre los combinados de categoría.

 

¿Significa eso que el Gin Tonic se irá? Espero que no. Y creo que no. Al menos, de momento. En primer lugar, porque interpreto de la opinión de esa experta que se refiere al concepto, no a la bebida. Un Gin Tonic no es un ‘cubata’ que se toma en un vaso de tubo con lo que sobra de tónica en la otra mano mientras se está de fiesta a las tres de la mañana. Algo que tampoco es malo, sólo distinto.

 

Un Gin Tonic se paladea desde una copa (al menos) de balón justo después de que haya sido servido con cariño, poco a poco. Si acompaña a una conversación agradable, mejor. Si se disfruta rodeado de gente interesante, mejor que mejor. Y si el ‘bartender’ se toma un momentín para explicar por qué te ha recomendado esa ginebra seca o que aquella tónica tiene la burbuja algo más fina, perfecto. Tomarse un Gin Tonic es disfrutar de algo hecho con mimo y con cariño, ése tipo de cosas por las que se paga un poco más. Y, además, está de muerte.

 

Me convencí completamente de esto cuando, a principios del verano, me sumé a una cata con otros invitados de Funds People. No fue en Le Cabrera, ni en Gin Club, ni en O’Clock, ni en otros locales de moda de la capital. Fue más encantador todavía, porque el bar, llamado Pel Place, es uno de esos sitios desconocidos en los que es posible tomar un muy buen Gin Tonic bajo el atento servicio de alguien a quien se le nota mucho cariño por lo que hace. Y además, a un precio muy razonable: unos siete u ocho euros, quizá algo más, en función de la marca.

 

En la cata hubo referencias para todos los gustos: Masters, muy buena con una tónica de burbuja pequeña; Brockmans, con un original aroma a frutos rojos y servida con fresas… Y Tanqueray Rangpur, de la que me enamoré para siempre. Esta variedad de la conocida marca se llama así porque ha sido destilada con el cítrico que le da el nombre, muy parecido a las limas que conocemos todos. Con unas gotas de pomelo y aromatizado con cáscara de lima, el Gin Tonic que tomé elaborado con ella me pareció una auténtica delicia. Increíble para tomar en una noche de verano con buena gente.

 

En resumen, el Gin Tonic es una delicia preparada con mimo de la que se disfruta en un buen momento. Por eso no quiero que se vaya nunca. Ni lo creo. Al menos, de momento… Las ginebras premium comenzaron a popularizarse hace unos cuatro años, tirando por lo bajo. Así que, aplicando una lógica muy simple, queda mucho tiempo todavía para que todos pidamos un vodka-tonic de tal o cual marca sin despeinarnos.

 

Aun así, hay marcas del destilado que me llaman la atención, más allá del Citadelle y del Belvedere. Tanto, que iré a aprender sobre vodka-tonics después del verano a Adam & Van Eekelen. Y –espero- lo haré acompañada de Elvira Aldaz (la autora de la predicción) y de Rocío Persson, dos de mis ‘grastro-imprescindibles 2.0’. Ya les contaré…

 

Por cierto, hablando de ginebra y de Tanqueray. Si tienen la ocasión, prueben un Sour Gin con Tanqueray 10. No lleva tónica, pero está tremendo…