El rincón moderno del Madrid antiguo

Es difícil encontrar una persona en Madrid a la que no le guste tomar algo por La Latina. El barrio se mantiene ya desde hace tiempo como uno de los preferidos a la hora de tomar un vino o unas cañas mientras se pica algo. A mí me tiene enamorada desde hace tiempo. De hecho, uno de los planes clásicos que me vuelve loca es recorrer la Cava Baja parando de vez en cuando a tomar algo. Siempre comienzo en la Plaza de la Cebada. Y lo hago sólo con el objetivo de poder girar luego a la izquierda por la calle Segovia y contemplar el Palacio Real o pasear por Las Vistillas. Los que somos de Madrid no solemos darnos cuenta de las joyas de las que podemos disfrutar en nuestra ciudad, ¿no creen?

Haciendo esa ruta, uno se topa con La Posada del León de Oro. Es un hotel precioso y una enotarberna muy ‘chic’ que reabrió sus puertas hace unos meses. Cuenta con una historia que se remonta a finales del siglo XIX: está incluido en el catálogo de Establecimientos Centenarios de la Cámara de Comercio de Madrid y era una parada habitual de queseros, charcuteros y vendedores de miel. También había viajeros y algún que otro huésped fijo.

Las obras de restauración y rehabilitación se han acometido con mucho mimo. Nada más entrar, el visitante se topa con la enotaberna. Está abierta de 8 de la mañana a 12 de la noche de forma ininterrumpida. Se puede desayunar, tomar algo, y, por supuesto, probar un vino. Se pueden pedir grandes referencias (hay más de 40) por copas. Es un modelo que ya siguen algunos establecimientos de Madrid: así es más fácil huir de los típicos Rioja y Ribera que son más o menos frecuentes en todos los bares. La más barata cuesta un poco más de dos euros y la más cara sobrepasa los 13.

Pasando la recepción, se encuentra un pequeño restaurante, al que se puede acudir sin estar alojado en el hotel y en el que se cena (para comer hay platos del día) a la carta por algo más de 30 euros, vino y precio del descorche incluido. Los platos, con un toque de vanguardia que hace guiños a la cocina tradicional, son muy variados. Llama la atención el rabo de toro deshuesado con parmentier de trufa negra y la sopa de chocolate blanco con helado de violetas de postre. El foie ahumado, con un sabor muy sorprendente, triunfó en la mesa cuando llevé a unas amigas a cenar. Si acuden, pueden fijarse en la ilustración sobre los tejados de Madrid –gato incluido- que manda en una de las paredes. Aunque lo mejor es mirar al suelo: es de metacrilato y a través de él se pueden contemplar fragmentos de la antigua muralla de la ciudad. Es una mezcla de antigüedad y modernidad que tiene mucho encanto

Las habitaciones del hotel respetan las antiguas dependencias de la posada original, estructurada como una corrala. Da gusto subir las escaleras para acceder a ellas mientras Óscar Lucas, posadero de la cuarta generación de la familia propietaria desde el XIX, explica cuál respetaron, cuál tuvieron que reemplazar y cómo se las ingeniaron para coordinarlo todo… Cada una de las dependencias es distinta y esconde camas supletorias tras una decoración simple pero moderna, muy acertada. Y, sobre todo, personalizada. Presten especial atención a los cabeceros de las camas si tienen la ocasión de visitar varias: en una hay una genial pintura con una chulapa de espaldas, en otro un precioso mural de mármol italiano… “Hay un foco que me está dando dolores de cabeza”, dice Julio, mientras muestra una de ellas. Sigue preocupándose de cada mínimo detalle, y se sabe al dedillo de dónde vienen objetos de Philippe Starck frecuentes en cada dependencia o la historia particular del montaje de cada habitación, con unas dimensiones y una distribución distintas.

Todas las habitaciones, además, están insonorizadas: perfecto para caerse de la cama y zambullirse de lleno en esa gran hora madrileña que es la del aperitivo.

Por cierto, hablando de Madrid, de chulapas y de helados de violeta… Prueben uno que venden el Mercado de San Miguel, muy cerca de la Posada del León de Oro. Venden uno con violetitas escarchadas que está de muerte.