El próximo paso de la economía digital: cómo invertir en ella

Laurence Boone (AXA IM)
Foto cedida

TRIBUNA de Laurence Boone, economista jefe y directora de research de AXA IM. Comentario patrocinado por AXA IM.

La economía digital está convirtiéndose en un fenómeno cada vez más extendido. Sin embargo, los inversores apenas están tratando sus implicaciones, ya que los vínculos entre los sucesos microeconómicos que se observan en todo tipo de startups, el conjunto de la economía y los precios de los activos no siempre están claros. En este análisis temático, estamos tratando de abordar este problema: cómo la revolución digital a nivel microeconómico está cambiando el entorno macroeconómico y, con él, el mundo de la inversión.
 
No queremos dar la impresión de que tenemos todas las respuestas, pero nuestro análisis nos impulsa a creer que la economía digital llevará a los inversores a diversificar aún más entre las inversiones alternativas, siempre que la normativa se lo permita. Sin embargo, también creemos firmemente que existen varias verdades de la economía digital que se han interpretado incorrectamente y, por ello, merecen un examen más pormenorizado.
 
“La tecnología supone una amenaza para los empleos de baja cualificación” (no necesariamente)
 
Una idea bastante extendida es que las cifras de empleo caerán porque la tecnología altera los empleos rutinarios allí donde existe la posibilidad de automatizarlos, pero, a la inversa, deberíamos tener en cuenta que allí donde prevalece la creatividad, están floreciendo empleos en diferentes formas, no necesariamente en el formato tradicional de empleado, de ahí que el espíritu emprendedor esté en auge. Si este cambio estructural se acelera considerablemente, podría provocar un aumento del paro durante un periodo transitorio, hasta que la mano de obra se adapte. Sin embargo, como la tecnología traerá consigo mejores capacidades y podría elevar la productividad en los diferentes sectores, es poco probable que produzca más paro después de un posible periodo de transición. Por el contrario, podría incluso reducir las tasas a medio plazo, siempre que el mercado laboral y el mercado de productos y servicios sean lo suficientemente flexibles.
 
“La tecnología altera el lugar de trabajo” (más allá de las startups incipientes, esta tendencia no resulta tan obvia)
 
El teletrabajo parece ser más una cuestión de comodidad que un cambio en el estilo de vida, ya que el número de días por mes trabajados en casa apenas ha cambiado durante la última década1 y el trabajo sigue concentrándose en el lugar de trabajo. Las tecnologías de realidad virtual y aumentada podrían tener un efecto más profundo al aumentar la cantidad de interacciones humanas remotas, lo que, a su vez, podría reducir la necesidad de las personas de vivir cerca del trabajo. La realidad virtual también podría llevar la oficina hasta el domicilio, redefiniendo el propósito general de las superficies de oficinas, pero en un mundo en el que las interacciones humanas son el centro de la mayoría de trabajos, sigue sin estar claro cuántos puestos podrían desempeñarse remotamente. Tanto la importancia de la creatividad, que realza la transcendencia de las interacciones humanas, como el auge de la gig economy, donde el trabajo como autónomo se ha vuelto más común, demandan efectos de red más poderosos y dan lugar a grupos de trabajo más locales. Todo ello apunta a una mayor concentración de la actividad económica en áreas urbanas densas.
 
“La tecnología provoca deflación” (a corto plazo, sin lugar a dudas)
 
Aunque los avances tecnológicos han contribuido a la aparición de gigantes empresariales como un gran poder de fijación de precios, como los denominados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), también han reducido los costes eliminando intermediarios y han erosionado los márgenes de muchas empresas tradicionales. Además, el auge de la economía colaborativa, así como las constantes mejoras de la calidad, siguen tirando a la baja de los precios en la era digital. El impacto de este descenso en la inflación es objeto de debate, pero los estudios académicos más recientes convergen en unas estimaciones en torno a 0,4-0,5 puntos porcentuales2. Eso podría plantear desafíos a los bancos centrales a corto plazo, pero sería complicado extraer conclusiones sobre lo que podría ocurrir a más largo plazo, ya que el impacto de la innovación digital en la inflación podría seguir evolucionando y cambiando con el tiempo.
 
“La innovación requiere grandes inversiones” (probablemente una de las mayores verdades falsas)
 
Una característica importante de esta era digital es la menor necesidad de inversión empresarial: más allá de la arquitectura abierta para las redes tecnológicas, la impresión en 3D tiene la capacidad de acortar la cadena de suministro y la Internet de las cosas puede reducir los costes de mantenimiento, alargar la vida de los productos y reducir los costes de explotación, así como el intercambio de productos. A la inversa, el almacenamiento de datos, incluso con la nube, está acrecentando su importancia. En general, resulta difícil sostener que la disrupción digital podría haber causado una reducción de la inversión total, lo que, a su vez, y hasta que suba la productividad, lastraría el crecimiento tendencial. Sin embargo, podría haber afectado a la composición de la inversión en equipos tecnológicos y tal vez en almacenamiento de datos menos productivo. Sin embargo, probablemente nos encontremos todavía en un periodo de transición y el jurado todavía esté deliberando sobre la productividad relativa de las inversiones, que esperamos que sea, beneficiosa para la productividad total3.
 
“Lo digital apenas influye en las políticas públicas, salvo en lo que respecta a la regulación” (en realidad, su influencia va mucho más allá)
 
Hemos identificado tres áreas en las que la economía digital podría influir en la elaboración de políticas públicas. La primera es la política monetaria y, aquí, se plantean dos retos: la posibilidad de que la inflación sea más baja durante un periodo que resulta difícil de determinar y el impacto de las redes. Sin llegar a fantasear sobre criptomonedas, el auge de la economía digital está cambiando no sólo los medios de pago y, posiblemente, la creación de moneda, sino también la transmisión de la política monetaria4. En segundo lugar, la ciberseguridad es una preocupación cada vez mayor para los reguladores en numerosos sectores, no solo en el sector financiero. Cualquier alteración que sufran las redes de cable y la transmisión de datos podría tener un efecto demoledor en el sector de los servicios financieros y, en un plano más general, en todos los sectores. Mientras que las violaciones de la seguridad electrónica más graves en las empresas del FTSE 100 apuntan a una caída media de la cotización del 1,8% en las desafortunadas víctimas (pequeña comparada con las oscilaciones usuales de la bolsa), los riesgos para los datos justifican el incremento constante del gasto en seguridad de la información (10% anual en 2009-2014) y la necesidad de tomar medidas microprudenciales. También plantea dudas sobre la conveniencia de una coordinación tributaria mundial, que es ciertamente un tema de plena actualidad, como ha quedado demostrado recientemente con la declaración conjunta sobre fiscalidad empresarial realizada por Francia, Alemania, Italia y España5. 
 
Conclusión: La tecnología podría ofrecer mayores ventajas al capital riesgo y otros tipos de inversiones
 
La revolución digital, como ocurrió en anteriores periodos de disrupción tecnológica, constituye una perturbación positiva para la oferta que está mejorando la productividad y, por lo tanto, el crecimiento económico. A su vez, puede acelerar los beneficios empresariales y eso debería ser beneficioso para los accionistas en última instancia.
 
Sin embargo, la transición digital es un proceso de destrucción creativa que conlleva una ingente creación de valor por parte de algunas empresas y destrucción de valor por parte de otras. Por ahora, la creación de valor ha comenzado claramente, como demuestran los valores GAFA, pero la destrucción de valor no se ha materializado todavía, salvo en sectores donde la disrupción digital llegó primero (p. ej. medios de comunicación, música y electrónica de consumo). Del mismo modo, el sector tecnológico está beneficiándose de un amplio optimismo que se extenderá a un mayor número de industrias con la aparición de áreas como fintech, foodtech, insurtech, legaltech, etc. Las definiciones sectoriales dentro de los índices bursátiles probablemente tengan que cambiar para reflejar las nuevas realidades.
 
Un aspecto quizá más importante y una de las características de la economía digital es cómo se financia. A diferencia de los años de la burbuja puntocom, la mayoría de empresas de reciente creación buscan capital principalmente a través del capital riesgo (venture capital, crowdsourcing y, en fechas más recientes, ofertas públicas de monedas) y siguen siendo privadas durante mucho más tiempo. Eso significa que los inversores de capital riesgo pueden, de hecho, perderse gran parte de la creación de valor en la transición digital. Dentro de las cotizadas, los ganadores de la transición digital probablemente estén muy concentrados en un puñado de empresas en el segmento de gran capitalización, pero más diseminadas en el universo de pequeña capitalización. 
 
Del mismo modo, los bonos corporativos parecen especialmente poco atractivos a largo plazo en este contexto. Con independencia de sus valoraciones actuales, las recompensas de los inversores podrían estar más sesgadas hacia la baja de lo normal. Ello es debido a que los bonistas no participan del potencial alcista en el caso de empresas que prosperan en la transición digital, pero sufren cuantiosas pérdidas si una empresa quiebra en la era digital. Por ejemplo, la transformación que actualmente está viviéndose en el sector automovilístico hace que sea muy difícil prever qué puede pasar de aquí a 10 años. De hecho, es probable que las empresas del sector que hoy parecen fuertes no existan. A consecuencia de ello, excepto para aquellos inversores que confían mucho en su capacidad para escoger a los ganadores a largo plazo, tiene sentido anotar un riesgo de impago más grande de lo normal en la deuda corporativa.
 
En general, la economía digital podría empujar a los inversores, especialmente a los institucionales, a buscar inversiones alternativas, siempre que la legislación se lo permita.
 
1 Jones, J., “In US, telecommuting for work climbs to 37%”, Gallup, 19 de agosto de 2015.
2 Véase Aghion P. et al., “Missing Growth from Creative Destruction”, Federal Reserve Bank of San Francisco, serie de documentos de trabajo, agosto de 2017, y Groshen, E. et al., “How Government Statistics Adjust for Potential Biases from Quality Change and New Goods in an Age of Digital Technologies: A View from the Trenches”, US Bureau of Economic Analysis, 2017.
3 Véase Cette, G. et al., “Long-term growth and productivity projections in advanced countries”, Banque de France, documento de trabajo, diciembre de 2016.
4 Véase He, D. et al., “Virtual currencies and beyond: initial considerations”, nota de debate del personal del FMI, enero de 2016.
5 Véase “France, Germany, Italy, Spain seek tax on digital giants’ revenues”, Reuters, 9 de septiembre de 2017.