El mal bicho en forma de U

Letras, abecedario
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Artículo escrito por Josep Lladós, profesor de Economía de la Universidad Oberta de Cataluña (UOC)

Frecuentemente, interpretamos los complejos fenómenos de interdependencia económica mediante el uso de razonamientos demasiado simplistas: cuando Alemania tose aquí nos enfriamos. Ahora estamos a punto de descubrir qué es lo que ocurre cuando un virus desconocido aparece en una remota provincia china. La irrupción del Coronavirus amenaza con dejar fuera de combate una economía internacional que ya avanzaba a trompicones por los vericuetos del Brexit, la crisis de identidad europea y el resurgir proteccionista.

Las primeras estimaciones realizadas por los principales organismos internacionales sobre el impacto de la crisis sanitaria nos sugieren que el imprevisto Covid-19 puede dar el golpe de gracia al maltrecho escenario económico internacional, pues desmienten una rápida recuperación de los mercados y la actividad económica. Llueve sobre patios ya encharcados, de modo que la reactivación económica parece que tomará más forma de U que no de V.

Mediante estas expresiones, los economistas pretendemos reflejar gráficamente la intensidad y duración de una desaceleración o recesión económica. Es decir, tratamos de representar de forma coloquial y fácilmente comprensible el tiempo requerido para que la recuperación económica sea un hecho tangible.

De ese modo, llamamos recuperación en forma de V a la que se produce con mucha rapidez. A un intenso descenso de actividad económica le sigue inmediatamente una vigorosa recuperación que permite alcanzar de forma rápida los niveles de actividad previos al episodio de crisis. En cambio, una recuperación en forma de U nos describe un proceso de recuperación gradual en los niveles de empleo y actividad que puede durar varios trimestres.

A los impactos económicos que ya se empiezan a advertir iremos incorporando progresivamente los efectos inducidos a medida que éstos se vayan confirmando. Los mercados financieros ya parecen haber arrojado la toalla, acostumbrados a gestionar mal las situaciones de elevada incertidumbre. Dinero y compradores han huido despavoridos desconfiando de la evolución futura de los resultados empresariales y provocando una pérdida de riqueza financiera en familias y empresas que poco ayudará a mantener los niveles actuales de consumo e inversión.

Sólo con los primeros efectos advertidos, ya sabemos que el primer semestre del año probablemente será adverso y deberemos acostumbrarnos a un goteo de datos económicos desfavorables. Las actividades económicas vinculadas a la movilidad abrirán la caja de Pandora. Los servicios vinculados al transporte, el turismo, el ocio, la restauración, la hotelería, las ferias comerciales y los viajes de negocios o el sector de la energía ya prevén resultados a la baja.  Pero el plato principal lo servirá el comercio y la inversión internacional, que ya acabaron el año 2019 con la mirada extraviada.

China es el segundo mercado más importante del globo, un gran importador de servicios turísticos y el epicentro, junto con Corea y el Japón, de la llamada Fábrica Asia, un nodo vital de las principales cadenas globales de valor. Muchos componentes y materias primas provienen o circulan por estas economías, de modo que los recortes de producción y el cierre temporal de fábricas inducirán rupturas en cadenas de suministro a diestro y siniestro. El impacto final inducido por la enfermedad infecciosa será incierto, aunque probablemente la recesión visite algunas economías vecinas y los costes del episodio lleguen a superar el 1% de la renta mundial. Su alcance dependerá de la propagación del virus a más países y personas afectadas y de la eficacia en las medidas de prevención, detección y contención. Hemos de confiar pues en que tenga un carácter temporal.

Ambos factores, velocidad de extensión y eficacia en la respuesta, exigirían tranquilidad, racionalidad científica y plena confianza. Pero las mismas medidas que adoptamos como cortafuegos también generan alarma, agravan la sensación de crisis y perjudican la economía en el corto plazo, afectando la confianza empresarial y retardando decisiones de inversión empresarial en espera de que lleguen épocas de mayor estabilidad y previsibilidad. De modo que la evolución en forma de U parece ser ahora mismo la más plausible.

Que predomine una u otra tipología de recuperación dependerá críticamente del cambio en las condiciones de los mercados y del acierto en las políticas económicas impulsadas como respuesta a la crisis.  Habitualmente, las reacciones en forma de V se corresponden con ajustes rápidos a la situación de crisis que suelen ser propiciados por mejoras de competitividad derivadas de devaluaciones en el valor de las divisas o por la súbita desaparición de las causas que generaron el shock económico. Ambos factores pierden su sentido en la situación actual.

Más frecuentes son las reacciones en forma de U. En estos casos, el factor clave es la amplitud de la fase horizontal. Es decir, de la duración del período de crisis y atonía económica. Dado el carácter global del trance, la respuesta debería ser lo más multilateral y coordinada posible, aunque la cooperación internacional parece moneda escasa estos días. Sería conveniente pues levantar la mirada y trabajar desde ahora para que cuando las buenas noticias lleguen, sobre todo desde China, contribuyamos a mejorar rápidamente el sentimiento de los mercados y las expectativas de la inversión empresarial. Sería prudente reforzar e invertir más en sanidad y ofrecer apoyo directo a los sectores más afectados, en detrimento de otras prioridades económicas también loables. Y sí, es evidente que deberemos gestionar una crisis de deuda todavía más delicada en el futuro, pero ésta es harina de otro costal.