Diagnóstico: sobreasesoramiento

Rafael_Casellas
Imagen cedida

Doctor, no me encuentro bien. Duermo mal y me despierto a menudo por la noche. Leo webs y prensa, veo debates y tertulianos en televisión que critican todo y dibujan un panorama que roza la catástrofe. Hablo con muchos asesores. Tengo miedo y dudo de todo. Antes todo era más fácil. No sé qué hacer, de hecho…no quiero hacer nada. Hasta aquí podría parecer una consulta de psicología normal. Pues no. Esta conversación está a la orden del día y es la habitual entre cualquier asesor financiero y su cliente. El diagnóstico es claro: padece una enfermedad financiera que se llama sobreasesoramiento. Usted está sobreasesorado.

En la sociedad de la información, estar bien asesorado e informado es una necesidad obligada. Pero el exceso de información, puede ser un grave problema para quien no tenga capacidad de digerirla. Esto es como una comida navideña a la que asiste nuestro enfermo financiero anterior. Empezamos por el aperitivo. Nuestro inversor pica pequeños alimentos o ideas de inversión que le llegan de múltiples canales. Que si unas gambas, unos mejillones, unas olivas que si miro una web o leo las páginas salmón del domingo. Hasta aquí, y regado con un refresco light o una cerveza, nada hace daño ni provoca indigestiones. Parece que se abre una interesante ventana al mundo gastronómico-inversor. Pero entramos al primer plato. Que si unos canelones o una sopa espesa, que si unos informes de research, un nuevo producto con complejas especificaciones y riesgo, llamadas y entrevistas con varios asesores a los que hace mil preguntas... El estómago y el cerebro de nuestro querido inversor se va cargando. Y aparece el vino. Todo comienza a complicarse y aparece algún pequeño ardor de estómago. Vamos al plato principal. Entramos ahora en materia. ¡Atención! Aquí opina ya todo el mundo del plato, sin excepción. Familiares directos, indirectos, nuevos miembros de la familia, asesores, amigos y vecinos opinan positiva y negativamente. Un plato denso, de carne bien guisada pero de digestión larga y dura. A nuestro inversor le empiezan a aparecer las dudas sobre si debe seguir comiéndolo o no. Lo que en el aperitivo parecía interesante, ahora ya le hace dudar seriamente.

La comida (inversión) parece no ser de su agrado. Pero delante de esto, decide pedir patatas para acompañarlo. Y toma más vino y algo de Cava que quizás, a su entender, le ayudará en la digestión. Alguno de los asistentes le recomienda que deje de comer y beber y vaya a andar, eso sí le será de ayuda. Pero no, decide quedarse en casa en el sofá, tomarse unos Alka-Seltzer y no probar postres ni licores ni turrones, que son el premio a una buena comida o inversión.

Y esta es la historia de ese enfermo financiero del principio. Exceso de comida financiera, empacho y mala digestión para, al final, no hacer nada. El diagnóstico, como decía al inicio, es claro: empacho de comida financiera o sobreasesoramiento.