Con el cambio de año, cambia la forma de abordar el riesgo

Sophie
Foto cedida

Antes de 2008, los inversores y sus asesores hablaban sobre el riesgo en términos bastante académicos. Comentaban la volatilidad como un indicador típico del riesgo y se esperaba que las rentabilidades estuvieran en consonancia con el riesgo asumido, y los asesores aconsejaban diversificación a sus clientes como ingrediente esencial para reducir la exposición de las carteras al riesgo. Todos estos consejos eran acertados, hasta que el riesgo se transformó en un descenso persistente de los mercados que abarcó todas las clases de activos y que ha provocado que muchos inversores estén teniendo grandes dificultades para recuperar lo perdido y algunos, incluso, se hayan quedado en la cuneta.

Después de 2008, entendemos el riesgo como algo que no significa lo mismo para todos los inversores y, en este sentido, vemos que los inversores se enfrentan a un dilema. Según la última encuesta internacional a inversores de Natixis, los inversores se debaten entre buscar rentabilidades o preservar el capital. Si tuvieran que elegir, los inversores españoles preferirían la seguridad a unas rentabilidades más elevadas en un 82% de los casos, lo que supone un porcentaje aún mayor que el año anterior.

No sorprende, pues, que muchos asesores financieros y sus clientes quieran ampliar sus miras mediante el uso de nuevos enfoques de inversión, clases de activos alternativas y estrategias de cartera que se ajusten mejor a la complejidad actual de los mercados. Va a ser necesario un nuevo enfoque del riesgo y una forma diferente de hablar con los clientes para devolverles a la senda que les permita alcanzar sus objetivos a largo plazo.

Cambiar la forma de hablar del riesgo

El 92% de los inversores españoles intenta medir el riesgo en su cartera. Sin embargo, la mayoría no posee un conocimiento sólido del riesgo de sus propias inversiones1. Hemos visto elementos de esta dinámica en el pasado, como en el periodo posterior al estallido de la burbuja puntocom a finales de la década de 1990 o durante la reciente crisis financiera. Los inversores se centraban en el crecimiento, pero desconocían el aumento de las correlaciones y no eran conscientes del riesgo que tenían sus carteras. El momento actual es idóneo para mantener conversaciones abiertas y sinceras con los clientes sobre el riesgo y cómo lo están dosificando en sus carteras. ¿Están asumiendo suficiente riesgo? ¿Sus inversiones están verdaderamente diversificadas? ¿Están consiguiendo la rentabilidad adecuada para el riesgo que están asumiendo? La revisión de las carteras a finales de año es una oportunidad perfecta para plantear esas preguntas.

Pensar primero en el riesgo

En primer lugar, el riesgo debe ser el elemento sobre el que giren todas las conversaciones con los clientes, sobre todo ahora que aumenta el número de inversores que vuelven a las bolsas. En lugar de ser algo a evitar, el riesgo debe abordarse como una condición previa para conseguir rentabilidad con las inversiones. Pero la pregunta más importante es: ¿Su nivel de riesgo es adecuado atendiendo a sus objetivos y su horizonte temporal?

En segundo lugar, todo riesgo debe tener una finalidad específica. Aunque los asesores hacen un trabajo digno de elogio diversificando activos por estilos, estas posiciones a menudo tienen características de riesgo similares. Una concentración de riesgo en la cartera equivale a tener muchas posiciones en un único activo y eso hace que una cartera sea más sensible a las fluctuaciones del mercado. Una evaluación eficaz de las carteras ayudará a los asesores y a sus clientes a comprender mejor qué activos tienden a reducir el riesgo y cuáles tienen más probabilidades de mejorar las rentabilidades. Si un activo no hace las dos cosas, no debe tener cabida en la cartera.

En tercer lugar, el riesgo debe evaluarse de forma constante. Los inversores suelen adoptar una actitud pasiva ante el riesgo. Después de tomar la decisión de asignación de activos inicial, suelen mantener el rumbo y hacer pequeños ajustes en los márgenes de sus carteras. Después, dejan que las oscilaciones del mercado determinen la composición de sus carteras, sin darse cuenta de que eso también incide en sus niveles de riesgo.

Mediante un análisis periódico y riguroso de las carteras modelo, los asesores pueden dar mayor valor al riesgo de un cliente, detectar clases de activos con correlaciones elevadas e identificar formas de mejorar la diversificación. Después, del mismo modo que un asesor puede revisar las rentabilidades de los clientes o las asignaciones de activos, los modelos pueden usarse como herramienta para evaluar el valor del riesgo. Se puede realizar con los clientes un «inventario de riesgos» exhaustivo para ayudarles a entender qué cambios deberían hacer.

Los que no conocen la historia están condenados a repetirla, como dice el refrán, pero basarlo todo en el riesgo —las conversaciones de los clientes, la configuración de las carteras y el análisis de las inversiones— puede ayudar a los asesores a conseguir que sus clientes cambien el guión y escriban un final más feliz.