Cómo frenar el avance de los ETF sin adoptar medidas que pongan en riesgo el negocio de la gestora

Interrogación
Noeslistar, Flickr, Creative Commons

La gestión activa afronta importantes desafíos. El más importante: hacer frente al reto que supone el daño que le está haciendo la gestión pasiva debido, fundamentalmente, a la propia incapacidad mostrada por los fondos activos en ofrecer a los inversores unas rentabilidades netas por encima de las ofrecidas por los ETF. A diez años, en 47 de las 49 categorías Morningstar éstas han estado por debajo de las generadas por los fondos cotizados. En algunas categorías los resultados han sido más que decepcionantes. El verdadero drama se produce en categorías muy populares que forman parte del core de las carteras, como es el caso de la renta variable estadounidense. Aquí los resultados son especialmente duros para la industria activa, con ratios de éxito en la última década por debajo del 2% (en la categoría US Large Cap Growth, sólo el 0,7% de los gestores batieron al producto pasivo a diez años).

Esto no le está saliendo gratis a la industria activa, que está viendo cómo el dinero en fondos activos pone rumbo a estrategias de gestión pasiva, especialmente en categorías como la renta variable americana. Es una tendencia que comenzó en Estados Unidos hace aproximadamente cinco años y que ya ha llegado a Europa. La cuestión es que, a nivel de negocio, el dinero está saliendo de un sector compuesto por un amplio y heterogéneo grupo de entidades para dirigirse a un selecto grupo de proveedores de ETF que se pueden contar con los dedos de las manos. La industria activa sabe que tiene que abandonar el inmovilismo y reaccionar con iniciativas como vincular el cobro de comisiones a los resultados generados por los productos… pero por el momento son muy pocas las que lo están haciendo.

Fidelity International, Allianz Global Investors y AllianceBernstein son de las pocas que han empezado a lanzar nuevos modelos de cobros de comisiones ligados a resultados, con el objetivo de ganar credibilidad ante los inversores aunando los intereses del gestor con el de sus clientes. No lo han hecho muchas más entidades porque, en realidad, éste es un movimiento muy arriesgado para las cuentas de resultados de una gestora. “Este modelo de precios introducirá un grado de volatilidad en nuestros ingresos, dado que no todos los productos tendrán un rendimiento superior todo el tiempo. Continuaremos modelando las comisiones de éxito de manera conservadora en términos de nuestra planificación comercial a fin de evitar cualquier riesgo en la forma en que manejamos nuestro negocio”, reconocen desde Allianz Global Investors.

Las comisiones variables son peligrosas para las gestoras. “El problema es que para las entidades no es lo mismo predicar que dar trigo. Una cosa es hacer publicidad con las ventajas de la gestión activa y otra muy distinta es poner la fortuna de la gestora detrás de esa apuesta. Aquellos que gestionan fondos alternativos, por ejemplo, aceptan las recompensas por el éxito, pero no las penalidades por el fracaso. Pedir a las gestoras de fondos que apuesten sus beneficios es mucho pedir. Pero es un reto que me gustaría que se aceptara”, declara John Rekenthaler, analista de Morningstar. La cuestión es… ¿habría alguna fórmula que permitiese a las entidades dar el paso de vincular el cobro de comisiones a los resultados obtenidos por los fondos sin que su adopción supusiese poner en riesgo el negocio?

Para Rekenthaler, la solución sería lanzar una nueva clase de participación, la P (de performance), que utilizara exclusivamente una comisión sobre resultados. A su juicio, el riesgo, al menos inicialmente, sería mínimo para la gestora, porque casi todos los activos estarían en las otras clases de acciones. “De hacerlo, habría que garantizar al gestor una parte de la comisión de rentabilidad generada a partir de los activos en la clase P, en caso de que al fondo le vaya bien. Por el contrario, un mal resultado para el fondo significaría una reducción de la bonificación para el gestor”, explica el experto, quien reconoce que –aún a pesar de poner en marcha este sistema- no sabríamos realmente si esto mejoraría las rentabilidades del fondo. “Pero… ¿por qué no intentarlo?, se pregunta.

Eso sí: hay que tener en cuenta que no está resuelta la cuestión de si las comisiones variables incentivan a los gestores de fondos a trabajar más duro y a conseguir mejores resultados. Rekenthaler se muestra escéptico a este respecto. “Muchas de las conclusiones académicas que soportan las compensaciones variables se obtienen a través de la ingeniería inversa. Los profesores repasan cómo funcionan los negocios y luego explican por qué esas políticas son óptimas. Otras ciencias sociales no funcionan así. No parten del precepto de que lo que existe actualmente es ideal”, indica. Sin embargo, esta podría no ser la única fórmula válida. Existen alternativas.

Una podría ser el modo en el que se remunera a los gestores. Según Mario González Pérez y Álvaro Fernández Arrieta, responsables de desarrollo de Negocio para España, Portugal y Andorra de Capital Group, “es frecuente en la industria que los gestores tengan parte de su remuneración vinculada a los activos bajo gestión que gestionan. Este tipo de estructuras incentivan que los gestores pasen parte de su tiempo viajando y viendo clientes para así incrementar sus activos bajo gestión a costa muchas veces de centrarse en la parte fundamental de su trabajo: invertir”, aseveran. Su recomendación es la de remunerar a los gestores exclusivamente en función de los resultados a largo plazo que cada uno de ellos proporcionan a los clientes y no en base a los activos que gestionan. “Esto ayuda a fijar las prioridades de manera clara y a alinear los intereses de la gestora con el de los clientes”.

En esta fórmula, el riesgo para la gestora sería, en primer lugar, confiar en que los gestores sean capaces de ofrecer con sus fondos rentabilidades por encima de la del ETF y, en segundo término, tener la capacidad suficiente para retener al talento.