TRIBUNA de Patricia De Arriaga, subdirectora general de Pictet AM. Comentario patrocinado por Pictet Asset Management.
Toda conveniencia conlleva su propia inconveniencia. Eso pasa, sin duda alguna, con la comida.
A medida que muchos de nosotros comemos fuera o pedimos comida a domicilio para facilitarnos la vida, asumimos riesgos para nuestra salud y dañamos el medio ambiente.
Las estadísticas dan fe indudablemente de un cambio radical en nuestros hábitos alimenticios.
Por primera vez en la historia, los americanos gastan más en comida fuera del hogar que en comida hecha en casa, gastando más de 730.000 millones de dólares anuales en comer fuera. Representa la porción más importante (un 43%) de su presupuesto total para alimentación.
Este fenómeno se está extendiendo a otros países tanto desarrollados como emergentes, que albergan una creciente población urbana con mayores rentas disponibles.
Pero la incómoda verdad es que la comida fuera del hogar perjudica nuestra salud y contribuye a la contaminación.
Según estudios académicos, comer fuera de casa incrementa el contenido de grasas saturadas y sólidas de nuestra ingesta total de calorías, así como la cantidad de azúcar consumido a diario por cada 1.000 calorías: sustancias que se sabe causan obesidad y enfermedades crónicas.1 Para un adulto medio, comer fuera del hogar una vez a la semana incrementa la ingesta energética diaria en unas 134 calorías, añadiendo un kilo de peso al año.2
Esto tiene, además, un coste económico. Se calcula que el tratamiento de las enfermedades relacionadas con malos hábitos alimenticios cuesta 2 billones de dólares, equivalente a un 2,8% del PIB mundial.3 También conlleva un coste medioambiental. Comer fuera de casa contribuye al desperdicio de alimentos, un riesgo ecológico con una huella de carbono mayor que la de India, el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo.
A medida que el coste del crecimiento de la comida fuera del hogar se haga evidente, el sector se enfrentará a presiones para elaborar comidas más saludables y con métodos más sostenibles. Esto abre un amplio abanico de oportunidades de inversión en el sector de la tecnología alimentaria.
La comida precocinada tiende a ser rica en energía y pobre en nutrientes, pues tiene que pasar por fases de procesado para que sea menos perecedera: tradicionalmente, esto se logra congelando, deshidratando o añadiendo azúcar, sal, féculas, grasas saturadas y otros aditivos.
Sin embargo, recientemente, la industria ha empezado a desarrollar nuevas tecnologías que recurren a métodos tradicionales de conservación de alimentos –tales como el uso de temperaturas extremas– para mejorar el sabor y prolongar la vida útil, sin la ayuda de ingredientes poco saludables.
Por ejemplo, mejorando los métodos de pasteurización tradicionales mediante el uso de luz ultravioleta, radiofrecuencias o haces de electrones. O la versión en frío de la pasteurización por calor, conocido como presión en frío, que usa temperaturas bajas y altas presiones para erradicar los microorganismos.
Del otro lado de la cadena alimentaria, se están introduciendo envases de última generación. La introducción de sensores avanzados, códigos QR y etiquetado inteligente, así como el envasado en atmósfera modificada o con reducción de oxígeno garantizan la seguridad, frescura y calidad nutritiva de los alimentos sin perder en comodidad.
La comida precocinada del futuro está destinada a ser más cómoda, pero también más saludable, más accesible y más asequible.
1 USDA, Nutritional Quality of Food Prepared at Home and Away From Home, 1977-2008, diciembre 2012
2 USDA, The Impact of Food Away From Home onAdult Diet Quality, febrero 2012
3 McKinsey, Overcoming obesity: An initial economic analysis, noviembre 2014
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