Cara a cara entre Thomas Mayer y Miguel Ángel Fernández Ordóñez

Fernández Ordoñez, Thomas Mayer y Carlos Rodríguez Brown
Funds People

Todo tiene un precio. También las políticas monetarias ultralaxas de los bancos centrales. Miguel Ángel Fernández Ordóñez y Thomas Mayer analizaron las medidas adoptadas por las instituciones monetarias, sus consecuencias y las posibles soluciones en una mesa redonda moderada por Carlos Rodríguez Braun durante la Conferencia Anual de Inversiones de Flossbach von Storch en Madrid. Ambos son economistas. El primero ha sido gobernador del Banco de España; el segundo, fundador del Flossbach von Storch Research Institute en 2014, habiendo trabajado anteriormente en diversas instituciones financieras como Goldman Sachs, Salomon Brothers y el Deutsche Bank. Sus opiniones sobre la política monetaria y las divisas digitales no han dejado diferentes a los asistentes:

Según Mayer, las reacciones de los bancos centrales a la crisis financiera que estalló hace ya más de 10 años se pueden comparar con un viaje por la autopista en el que de repente se enciende el indicador del aceite. “En un caso así, aparcamos el vehículo y llenamos el depósito. En un primer momento, podemos proseguir nuestro viaje. Sin embargo, en este caso, la política adoptada se asemeja a una situación en la que el conductor nunca se preocupa por revisar el motor y se limita a seguir poniendo aceite. Esta situación dura ya 10 años. En la actualidad, nos hemos acostumbrado a un nivel ínfimo de tipos de interés y a los enormes flujos de liquidez que los bancos centrales inyectan en el sistema financiero. En este entorno de mercado es muy difícil cambiar el rumbo.

En este sentido, Mayer recuerda que, actualmente, en el mercado encontramos empresas que no sobrevivirían en el supuesto de un aumento de tipos y que dificultan una mejora de la productividad de las economías. El Banco de Pagos Internacionales (BIS) ha calculado que el 12% de las empresas europeas y norteamericanas se encuentran en esta situación y se pueden calificar de zombis. Por otro lado, aquellos que invirtieron en inmuebles o renta variable han visto crecer su patrimonio y forman parte del grupo ganador. El contraste con los que se han quedado fuera de la inversión en esta clase de activos conlleva no solo conflictos económicos, sino también políticos, explica.

Fernández Ordóñez subraya que los bancos y el sistema monetario funcionan entrelazados. “Los bancos centrales no imprimen dinero nuevo. El dinero se inyecta en el sistema mediante la concesión de créditos bancarios. Y este es el problema. Lo primero es la estabilidad del sistema monetario y financiero. Incluso tras la enorme inyección monetaria, no hemos solucionado los problemas en países como España e Italia. ¿Por qué? Nuestro dinero no es dinero. El saldo en un banco (privado) es una promesa de transferencia de dinero. Es como una inversión monetaria, como una inversión arriesgada”. Y aquí se encuentra la raíz del problema. Porque, según Ordóñez, tal vez no se puede devolver al final. Y cuando no se puede acceder al dinero, entonces ocurre la siguiente crisis bancaria.

A su juicio, el segundo problema es una política monetaria que no lo es, ya que el dinero lo crean los bancos privados. La forma mediante la que los bancos centrales pueden influir sobre el sector bancario privado es limitada. ¿Cómo lo hacen? Normalmente mediante la política de tipos.

“Por un lado, los tipos altos debieran ayudar a combatir la inflación. Por otro lado, en épocas en la que los tipos de interés son bajos, se intensifica la concesión de créditos. La experiencia durante y después de las crisis financieras demuestra que estas medidas no dan los resultados esperados: En épocas de auge no hemos podido parar la expansión del crédito ni en los Estados Unidos, ni en España o Irlanda. En el momento en que explotó la crisis financiera, el BCE bajó los tipos. Pero los bancos no concedieron más créditos; por lo tanto, no aumentaron la oferta de dinero en circulación, y el resultado ha sido esta fase de recuperación tan larga. La ineficacia de la política de tipos fue patente y es lo que dio lugar al quantitative easing”.

Pero esta medida implica la intervención política y eso nos lleva al tercer problema. “Por un lado, tenemos la promesa de que los bancos pueden acceder, si es necesario, a suficiente liquidez. Este un privilegio exclusivo del sector financiero. Por otro lado, se intenta controlar al detalle cómo los bancos tienen que actuar. El documento que describe el marco regulador de Basilea III, por ejemplo, supera las 10.000 páginas, dos millones de palabras. La Biblia tiene 700.000 palabras. Esta influencia estatal limita la innovación. Creo que, si pudiéramos liberalizar el mercado bancario, seríamos testigos de una gran afluencia de nuevas ideas”.

La historia de las crisis bancarias es tan larga como la del sistema bancario. En 1840, el Banco de Inglaterra propuso el estándar oro como solución. ¿Qué posibilidades tenemos en la actualidad?

De acuerdo con Mayer, una causa detrás de muchas crisis bancarias es que los banqueros siempre han sido muy innovadores. “En la época del patrón oro inventaron la reserva fraccionaria. Con el papel moneda, pudieron emitir billetes por un valor superior al respaldado por las reservas de oro. Los bancos son especialistas en utilizar el sistema monetario en su favor. En la actualidad, el dinero se genera mediante la concesión de créditos y está respaldado por un volumen estable de deuda en rotación. El dinero en circulación aumenta cuando se conceden nuevos préstamos y disminuye cuando se devuelve la deuda”, afirma.

Él lo llama la alianza público-privada en la producción monetaria: los bancos privados producen dinero mediante la concesión de créditos, mientras que el sector público controla y gestiona la producción a través de los bancos centrales y organismos reguladores. “Esa PPP provoca ciclos crediticios e inestabilidad económica. Para evitarlo, se puede o bien privatizar o bien nacionalizar. Una solución a nivel privado son las criptomonedas. En este caso, el dinero no se genera como promesa de pago, sino que tiene un valor independiente”.

Otra opción, señala Mayer, es dejar la producción completamente en manos del estado, de manera que la producción se centralice en los bancos centrales. “Los bancos se encargarían de recoger el dinero mediante depósitos y lo prestaría a los tomadores de préstamos. Si tenemos en cuenta que en Europa no existe ninguna empresa tecnológica que pudiera ofrecer una opción atractiva de moneda privada, y que no queremos depender de emisores americanos o chinos de criptomonedas, me parece que una opción interesante sería la moneda digital estatal. Con ella podríamos solucionar de una tirada varios problemas”.

En su opinión, muchas personas aún no se han dado cuenta que en la eurozona lo único que tenemos es una unión de moneda en efectivo. Un billete o moneda tiene la misma calidad crediticia en todas partes. Sin embargo, el dinero depositado en cuentas bancarias en los diferentes países de la zona euro tiene diferente calidad en función de varios factores: la calidad de los balances de los bancos y, sobre todo, la capacidad del estado para salvar, si fuera necesario, el banco y sus depósitos.

“En la época de la crisis del euro, los ciudadanos griegos han tenido que hacer frente a una situación en la que el euro en un banco griego y en un banco alemán se trataban como dos monedas completamente distintas. En el supuesto de una moneda digital emitida por el BCE, desaparecerían las diferencias entre el papel moneda y el dinero digital y el euro tendría la misma calidad en cualquier parte. El dinero bancario está respaldado por un volumen de crédito en rotación. Es decir, se podría sacar del mercado alrededor de siete billones de euros como deuda pública y colocarlos en los balances del banco central. Esto sería lo único que necesitaría para respaldar y avalar la deuda de siete billones. El resultado sería que la deuda soberana en circulación de los países de la eurozona disminuiría a un 25% del PIB de cada uno de ellos”.

Para Ordónez, el separar la producción monetaria del poder estatal es una idea muy interesante. “Actualmente está prohibido que los bancos centrales financien los gobiernos. En la práctica, el Banco de Inglaterra ha comprado más deuda de la que ha emitido el Reino Unido. El euro digital permitiría poner una barrera clara. El estado se apartaría de unas actividades como la de prestar dinero o las transferencias monetarias que en realidad son privadas. Los bancos centrales centralizan la tarea que de hecho tiene que ser pública: la emisión de dinero. Se liberalizarían los servicios y productos bancarios. Concederían créditos a empresas y familias y gestionarían las transferencias monetarias. Sería parecido a la privatización y liberalización de otros sectores”, asegura.

Anteriormente, el ex gobernador del Banco de España ha colaborado con los organismos de regulación de la competencia, especialmente en casos relacionados con el sector de la aviación y de las telecomunicaciones. A su juicio, el resultado es claro: la liberalización del sector ha valido la pena.

“Durante y después de la crisis financiera, ocupé el cargo de gobernador del Banco Central de España. En aquel entonces, la tónica del mercado era que los bancos habían fracasado y, por lo tanto, teníamos que aumentar el control. Sin embargo, este diagnóstico ha resultado, al menos en parte, incorrecto. El problema es el sistema. Una modificación del sistema monetario podría convertirse en la mayor innovación en los próximos años. ¿Dónde esperan encontrar la mayor oposición respecto a un modelo de este tipo? ¿En los bancos?¿En los gobiernos? ¿En los ciudadanos?”, se pregunta. De acuerdo con Mayer, sin duda, en los gobiernos, que hasta el momento han utilizado el sistema bancario para obtener nuevo dinero mediante la venta de bonos.

“Probablemente, van a ofrecer resistencia y solo aceptarán implementar una monedad digital, si existe un riesgo grave de desintegración de la moneda europea en su forma actual. Es decir, si no tienen otra opción. En el caso de los bancos y la ciudadanía, la resistencia sería probablemente menor”.

Ordónez no tiene ninguna duda de que los bancos se adaptarán a los cambios, igual que lo hizo con anterioridad la industria de telecomunicaciones. “No será un problema. Respecto a los ciudadanos, tenemos que distinguir entre países con un sistema financiero muy desarrollado y aquellos emergentes, en los que no toda la población tiene acceso por igual al sistema bancario. En nuestro caso, la idea de un euro digital puede parecer muy interesante. En los países emergentes, por su parte, la posibilidad de poder hacer transferencias bancarias con el móvil es aún más atractiva. En el caso de que China emita una moneda digital basada en el renminbi, esta se convertiría en una amenaza para las monedas principales como el euro o el dólar americano. Por lo tanto, los bancos centrales tendrán que desarrollar programas de moneda digital. Incluso, si al principio únicamente tiene la función de sustituir el efectivo”.