Vigésimo aniversario de la crisis financiera asiática: lo que han aprendido los inversores

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El 2 de julio de 1997 los mercados amanecieron con una fuerte devaluación del bath tailandés, después de que las autoridades tailandesas decidieran eliminar su anclaje al dólar para dejar que la divisa cotizara en un sistema de rangos. Lo que consiguieron fue conducir la economía a la quiebra, después de meses de lucha infructuosa por la defensa de la moneda. Muchas compañías tailandesas que habían empezado a financiarse en dólares para aprovechar el carry desaparecieron, la bolsa tailandesa se hundió, y la crisis se volvió sistémica al contagiarse el resto de países asiáticos. Fue el comienzo de lo que veinte años más tarde conocemos como la Crisis Financiera Asiática. 

Una de las personas que tuvo que lidiar con aquel complicado entorno de mercado fue Mark Mobius, el veterano gestor de Franklin Templeton Investments. Para él, una de las grandes lecciones que ha dejado este episodio ha sido la necesidad de diversificar correctamente la cartera: “Aunque el mercado tailandés cayó y era difícil vender a un precio justo, teníamos otras inversiones alrededor del mundo que podían aportar liquidez a nuestras estrategias si la necesitábamos”.

La buena noticia fue que la gestora pudo afrontar los reembolsos porque no fueron excesivos, ya que los inversores confiaron en el horizonte de largo plazo con el que suele invertir Frankllin Templeton. “Sin embargo, a nivel personal fue desastroso para muchos individuos en Tailandia y otros países”, narra Mobius, que pone un ejemplo real de las repercusiones que tuvo la Crisis Asiática sobre la economía real: “Un ejecutivo de alto nivel en una compañía prominente de Tailandia se arruinó como resultado de la crisis, así que acabó vendiendo bocadillos en la calle para poder ganar dinero”.

El contagio de la crisis tailandesa por Asia también contribuyó a poner al desnudo las vulnerabilidades de los países afectados en el continente (principalmente Malasia, Filipinas, Indonesia, Taiwán, Hong Kong y Corea del Sur) como en Latinoamérica y Rusia, que vivió su propia recesión – conocida como el “efecto vodka”- en 1998. Visto en retrospectiva, Mobius considera que el gran error, el desencadenante de la crisis, fueron los esfuerzos del Banco Central de Tailandia por controlar el tipo de cambio sin tener suficientes reservas de divisas para poder hacer frente a los ataques especulativos… una situación que se repitió con otros bancos centrales.

“Muchos bancos centrales expresaron que no habría problemas en el control de los tipos de cambio, y afirmaron que no habría devaluaciones. Dado que los tipos de interés en dólares eran mucho más bajos que los tipos locales, muchas empresas e individuos se endeudadon en dólares, pensando que, dado que sus divisas aguantarían, habría poco o nada de riesgo de tipo de cambio”, rememora el gestor. La historia ha demostrado que los bancos centrales asiáticos no fueron capaces de aguantar el pulso, por lo que al final se produjo una devaluación masiva de las divisas asiáticas, el desplome de las bolsas y una fuerte caída de la deuda privada.

“Las personas que vivían en esos países también sufrieron, no sólo por las pérdidas de sus inversiones, también por el efecto dominó del colapso económico. Las empresas cerraron y la gente perdió su trabajo. Tristemente, se produjeron muchos suicidios. Me informaron de que en Tailandia se triplicaron las visitas a los templos budistas”, recuerda Mobius.

El veterano inversor afirma que la crisis no fue exclusiva de los bancos centrales asiáticos, sino que “el Banco Mundial y otras instituciones multilaterales también cometieron un gran error al tratar de atajar la crisis” (no en vano, también es conocida como la Crisis del FMI). Se refiere a que estas instituciones, “en vez de proporcionar financiación para aliviar la deuda, con la intención de que las economías continuaran con su función, impusieron severas medidas a los gobiernos”, como ajustes presupuestarios o la quiebra de bancos nacionales. “Se piensa que estas medidas exacerbaron la crisis y extendieron los problemas”, añade Mobius. Éste piensa que la Crisis Asiática fue una lección de gran calado en los años posteriores, y que explica por ejemplo por qué la Reserva Federal prefirió rescatar a los bancos estadounidenses cuando estalló la crisis subprime.

La gran lección

No obstante, el gestor considera que la gran clave de la Crisis Financiera Asiática es que “los bancos centrales y los gobiernos no deberían intentar ir en contra de las fuerzas del mercado y tratar de controlar los tipos de cambio”. Adicionalmente, afirma que “los gobiernos e individuos no deberían financiar sus deudas en divisas distintas de aquella que sea su fuente principal de rentas sin comprender completamente los riesgos que conlleva”.

La buena noticia es que muchos países, empresas y habitantes de los mercados emergentes aprendieron esta lección, aunque fuera a las malas. En estas dos décadas, numerosos países asiáticos han dedicado recursos a engordar sus reservas de divisas y reducir su endeudamiento externo. “Debido a estas y otras razones, creo que el entorno para los mercados emergentes es hoy muy favorable”, declara el gestor, aunque al mismo tiempo constata que muchos inversores “siguen viendo a todos los países emergentes como lo mismo, con los mismos fundamentales”. Además, advierte de que las crisis son cíclicas, y de que “ninguna cantidad de regulación gubernamental y de vigilancia pueden garantizar que no vaya a pasar otra crisis”.