¿Qué relación guardan la demografía y las políticas monetarias?

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Los bancos centrales, la evolución de las materias primas y las dudas sobre la situación en China han sido prácticamente los únicos temas de los que se han hablado en los últimos meses. Es obvio decir que hay más preocupaciones en el horizonte, aunque los participantes del mercado no les están prestando tanta atención. Una de esas preocupaciones es la evolución demográfica a nivel mundial en los próximos años, y en ella se centra Eric Mijot, estratega y analista de Amundi dado que el crecimiento de la tasa de población activa (personas en edad de trabajar) es uno de los pilares del crecimiento, junto con las ganancias en productividad.

En primer lugar, el experto recuerda que la cohorte más joven de la población activa (entre 20 y 35 años) “tiene un gran impacto sobre la formación de los precios de activos inmobiliarios; son compradores neófitos y, por consiguiente, compradores marginales”. En cambio, indica que los trabajadores con edades entre 40 y 49 años “están en su punto máximo de productividad y consumo”, por lo que considera que diagnosticar la evolución de este rango de edad respecto a la población adulta puede proporcionar signos de potencial de crecimiento y de tendencias de largo plazo en la renta variable.

En el caso de EE.UU., el momento de mayor crecimiento de la población en edad trabajar remite a la década de 1950 y hasta mediados de la década de 1960, coincidiendo con un máximo histórico marcado por la bolsa estadounidense en 1966. A estos años les siguió un periodo de alta inflación que duró hasta principios de la década de 1980, y que trajo parejo un mínimo histórico de la renta variable en 1982.  “La fuerte recuperación que le siguió se puede atribuir al incremento de la generación de baby boomers postetrior a la II Guerra Mundial”, indica Mijot. Éste sitúa el final del crecimiento de esta generación en el año 2000, y al igual que en ciclos anteriores al mínimo histórico – en este caso propiciado por la crisis puntocom- le ha seguido un largo periodo de crisis.

El caso europeo presenta tendencias similares a EE.UU. pero con cierto retraso en el tiempo, explicado por el hecho de que el baby boom se produjo más tarde en Europa. El experto cree que también ha sido clara la influencia de un perfil demográfico favorable sobre el “milagro japonés” presenciado entre los sesenta y los noventa… que también terminó con un crash, y que también dio paso a lo que Mijot denomina “invierno económico”.

¿Qué esperar en la próxima década?

Las proyecciones demográficas para el periodo 2020-2025 muestran que, en EE.UU., la curva se estabiliza y después da paso a una tendencia tímidamente alcista. “Esto representa que los niños de los baby boomers alcanzarán la edad de mayor consumo, el eco del baby boom. Por supuesto, deberíamos esperar un impacto positivo de menor dimensión del que se vio con los baby boomers en los ochenta”, indica Mijot. Éste cree que el aumento del poder adquisitivo de esta franja de edad “debería coincidir con una recuperación sostenible de la inversión en negocios, que finalmente quedará asegurada al tener demanda final que satisfacer”.

Japón es harina de otro costal. Según Mijot, la situación demográfica es crítica, “lo que explica por qué Shinzo Abe ha estado tan determinado a revitalizar la economía de Japón con sus políticas”. Sin embargo, duda que las Abenomics tengan éxito en estimular la natalidad y la mejoría del perfil demográfico. El experto afirma que “para 2017, al final del QQE, el Banco de Japón tendrá en su balance prácticamente la mitad de la deuda del país”.

El estratega y analista pronostica que “Japón podría convertirse en la primera economía en adoptar una política monetaria todavía más radical, como la monetización de su deuda junto con la aplicación de medidas de estímulo presupuestario”, aunque en realidad recuerda que ya empleó esta estrategia en los años 30. “Es un método de último extremo, y es más efectivo cuando se acompaña de estímulos presupuestarios. Tal movimiento podría hacer subir la inflación más de lo necesario y requeriría valor político, que probablemente surgiría como un producto de la necesidad”. Por tanto, Mijot considera muy improbable que los inversores vean tales medidas “hasta la siguiente recesión”.