Los gestores de activos asumen el reto de la transición energética

JACQUIER-LAFORGE
Cedida

Los gestores de activos no pueden contentarse con observar las empresas únicamente a través del prisma de sus datos financieros. Éstos permiten esbozar la imagen de lo ocurrido, pero en ningún caso identificar los puntos de ruptura, cada vez más frecuentes con las nuevas tecnologías y la globalización. Un ejemplo elocuente es el de Nokia, líder ultradominante en telefonía móvil a principios de los años 2000, actualmente relegado al puesto de agente menor, al no haber tenido éxito en su transición hacia los smartphones.

Desde hace unos quince años, la aparición de los criterios ISR ha favorecido la integración de elementos extrafinancieros en el análisis de las empresas. A estos elementos sociales, medioambientales y de gobierno (SEG), hemos considerado esencial añadir la capacidad de innovación y de adaptación; así se ha desarrollado la estrategia avanzada de inversión o strategically aware investing adoptada por La Française desde su asociación con IPCM (Inflection Point Capital Management). Este planteamiento está particularmente adaptado al contexto de la transición energética y ha logrado una verdadera repercusión ante la celebración de la Conferencia del Clima (Cop21) que tendrá lugar en París a finales de año. La presión aumenta, tanto para las empresas cotizadas, que son de alguna forma la materia prima de nuestra actividad y se ven inducidas a reflexionar sobre la reducción de sus emisiones de carbono, como para los inversores.

Esta presión es universal, como lo demuestran por ejemplo las manifestaciones de estudiantes de Harvard a favor de que su universidad desinvierta en el sector de la energía. Su capacidad de adaptación a esta nueva situación será por tanto un punto clave, tanto más cuanto que algunos agentes del sector están adelantando sus peones de forma muy rápida. Cuando Tesla Motors lanzó en 2003 el proyecto, algo extraño, de un vehículo deportivo con alimentación eléctrica, despertó más de una sonrisa. Pero actualmente, su volumen de negocios supera los tres mil millones de dólares, y ahora Tesla avanza en el sector de las baterías destinadas al almacenamiento doméstico de la energía.

La irrupción de una economía de baja intensidad en carbono crea oportunidades para la gestión de activos, particularmente en un momento en el que las energías renovables que ya son competitivas permiten imaginar inversiones a la vez vitales para contener el calentamiento climático y ofrecen un potencial de resultados superiores. Falta saber que eje hay que elegir para la construcción de esta oferta. Una primera solución es optar por productos de gestión pasiva basados en índices low carbon, que infraponderan las empresas menos eficientes en materia de gestión de sus emisiones de carbono. Es una iniciativa interesante pero que no tiene un impacto absoluto. Por el contrario, algunos gestores pueden adoptar la elección radical de desinvertir de todas las empresas sensibles a esta problemática. Esta opción presenta el mérito de dejar claro sus intenciones pero continúa siendo poco realista e introduce sesgos importantes en las carteras. Existe una tercera vía: la estrategia carbon zero. La tesis de esta inversión es simple: Las empresas capaces de gestionar el riesgo y de sacar partido de las oportunidades derivadas del cambio climático son más reactivas y más ágiles, en otras palabras, están mejor gestionadas, y son por tanto capaces de generar mejores resultados que sus competidoras. Para tender hacia una cartera descarbonizada, conviene seleccionar dentro de cada sector industrial las empresas cuya huella de carbono sea menor.

Este enfoque best in class se completa con inversiones en proveedores de soluciones, cuyo modelo económico se fundamenta precisamente en la reducción o en la prevención de las emisiones de carbono y que van a desempeñar la función de contribuyentes de carbono negativos en la cartera. La combinación de estos dos tipos de empresas en una misma cartera responde así al objetivo de rentabilidad financiera y al de un perfil de emisiones de carbono tendente a cero.