El coloso de los pies de barro

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Recientemente he tenido la ocasión de viajar a lo largo de gran parte del territorio chino y he podido constatar sobre el terreno que aún queda mucho camino por andar. China requiere cambios estructurales profundos para aspirar a un estatus desarrollado. Cambios económicos pero sobre todo sociales. No es algo que vaya a suceder de la noche a la mañana y, en ocasiones, los mercados no han tenido la paciencia necesaria.

China sabe que el rol manufacturero que jugó al principio de los 90 y permitió su explosión económica está agotado. Han perdido productividad, tras duplicar en términos reales los salarios de los trabajadores. La divisa se aprecia lenta pero inexorablemente, especialmente respecto a sus vecinos asiáticos. La población envejece.

Detengámonos aquí un momento. La política del hijo único establecida al finalizar la década de los 70 ha tenido su impacto en la estructura poblacional china, que se empieza a parecer más a la estructura occidental que a la propia de un país emergente. Ha envejecido antes de dar el salto. Y eso es un grave problema, sin cobertura social suficiente y sin el apoyo familiar necesario podría vivirse un drama generacional.

Con una población más envejecida también es primordial dar un golpe de timón y tercerizar la economía. Eso sería lo ideal pero el reto es titánico: en primer lugar la tasa de urbanización debería ser muy superior al 50% actual. Veo improbable que cambie. La mayoría de la población rural es pobre, no tiene acceso a una vivienda en propiedad dado que se requiere al menos desembolsar un tercio del valor de la casa para poder conseguir una hipoteca por los otros dos tercios, en función de la tasación y el nivel de rentas de quien lo solicita. Sólo el alquiler o las viviendas sociales pueden solventar esto. Y tan importante o más es la absurda diferenciación en derechos entre los habitantes de las grandes ciudades y los que tienen el estatus de inmigrantes internos, que gozan de permiso temporal de residencia vinculada al trabajo que estén realizando. Se está viendo incluso una vuelta al campo.

La disparidad de rentas es otra gran barrera para apuntalar y desarrollar una demanda interna. El 90% de los depósitos bancarios están en manos del 10% de la población. Se habla de una nueva sociedad de consumo… pero para consumir hay que poder comprar, ¿lógico no? De los 1400 millones de chinos, más de 1000 millones tienen el mercado cerrado.

Existen muchas más dificultades que requieren de decisiones difíciles. Empezando por la contaminación; los niveles de CO2 son insostenibles, los recursos hídricos son escasos y no se están cuidando del modo en que debieran. Como consecuencia tendrán un déficit energético en un futuro más cercano del que parece: su dependencia de energías fósiles, principalmente del barato carbón que satisface más del 75% de sus necesidades, tendrá que dejar paso a energías más limpias ¡si quieren respirar!, literalmente. ¡Y el shale gas no es una opción porque no les queda agua ni para contaminar! La gran cantidad de población se enfrenta a problemas alimentarios con episodios de crisis de confianza en donde ha llegado a comercializarse carne de rata como de cordero, que va más allá de lo anecdótico. Para la población rural la agricultura de subsistencia sigue siendo un pilar. Los terrenos, muchos en forma de terrazas, hacen difícil la implantación de un sistema de explotación intensivo aunque se llevase a cabo un plan nacional de expropiaciones. Y si los nuevos ricos demandan más carne una mala cosecha nos puede llevar a un tensionamiento grave de los precios del cereal, lo que provocaría una nueva crisis.

La corrupción es un problema fundamental. Hu Jintao lo nombró claramente en su discurso de despedida y está con mayúsculas en la agenda política de Xi Jinping. Y es que una sociedad confucionista requiere de políticos que piensen para el pueblo. Muy relacionado con esto se observa todavía una ineficiencia de las instituciones públicas con un funcionariado excesivo hasta el punto de lo estrambótico.

Y, conocedores de estos problemas, los inversores tenían su ojo fijado en el crecimiento. En el 2012, recordemos, el ritmo de crecimiento en China amenazaba con bajar del 8,9%. Hu Jintao pisó el acelerador nuevamente con inyecciones adicionales de liquidez, sin llegar a los excesos de 2008, que era lo que el mercado demandaba. Esto era insostenible. Se veía venir de lejos.

Xi Jinping está girando en la dirección adecuada. Se comienza a buscar el crecimiento estructural frente al crecimiento cíclico. Es necesario un drenaje de liquidez para la reducción de crédito especulativo y no productivo. China ya tiene experiencia en burbujas de crédito. En la crisis del 97 se desplomaron las divisas asiáticas. Se han controlado los excesos, es cierto, la deuda pública está en niveles mucho más aceptables y el déficit es bajo. Pero la deuda privada ha crecido a un ritmo endemoniado a través de entidades que escapan al control del gobierno, que invertían especulativamente en proyectos de dudosa rentabilidad y elevado riesgo. El peligro está en la incertidumbre. Nadie sabe a ciencia cierta hasta donde ha crecido este monstruo.

Recientemente, el tipo interbancario daba señales de alarma. Los bancos tradicionales, en manos del gobierno, eran y aún son los últimos cortafuegos de estas sociedades. El crecimiento sin control del shadow banking ha derivado en el empaquetado de deuda basura como instrumentos de alta rentabilidad dirigidos a inversores no tan sofisticados. Y cuando se retire la ola de la liquidez, desgraciadamente, vamos a ver quebrar a muchas empresas que sufren sobrecapacidad.

Quizá, aunque suene chocante y necesite muchos matices, lo que necesita ahora China es un gobierno que consiga entender toda esta amalgama de números y diferentes realidades sociales y tenga la fuerza para acometer los cambios que en una democracia se antojan imposibles. De las decisiones que tomen dependerá el futuro de los chinos y, en buena medida, el del resto del mundo.