¿Dónde está el caballo ganador?

Las dos economías más importantes del mundo no podrían haber evolucionado de forma más distinta la semana anterior a Semana Santa. Una está haciendo todo lo que puede por estimular el crecimiento, aunque ello implique mostrar una indiferencia imprudente por su salud fiscal a largo plazo; la otra está intentando desesperadamente contener su crecimiento, aunque ello implique dificultar la vida de los mismos exportadores que la han llevado hasta la cima económica.

En EE. UU., la administración Obama está adoptando un rumbo solitario, puesto que es el único país del mundo que ha suavizado su política fiscal este año, aunque la Reserva Federal persista en una política monetaria implacable. La respuesta del Presidente a los halcones del partido republicano que consideran, no sin razón, que el déficit de EE.UU. está fuera de control, difícilmente podría haber sido más indiferente: sus propuestas para recortar el gasto público no se pondrán en marcha hasta que no termine su mandato presidencial.

En el otro extremo del mundo, China se enfrenta a problemas totalmente distintos. Su economía creció un 9,7% en el primer trimestre de este año, sólo una fracción menos que el 9,8% registrado en el último trimestre de 2010, lo que viene a demostrar la total ineficacia de las iniciativas gubernamentales del pasado semestre para enfriar una recalentada economía. La cifra de inflación, situada en el 5,4%, es la más elevada de los casi últimos tres años.

Por primera vez, el gobierno chino ha indicado que permitirá que su moneda se revalorice frente al dólar en un intento de aumentar el poder adquisitivo del país en los mercados internacionales e impedir que los precios escapen a su control. Mientras tanto, ha impuesto un freno a los precios de los electrodomésticos, los alimentos y los productos farmacéuticos.

Ante estos panoramas económicos tan radicalmente opuestos, no sorprende que a los inversores les cueste este año decidir por qué caballo apostar: el del mercado emergente o el del mercado desarrollado. A corto plazo, las condiciones para la renta variable estadounidense parecen más favorables de lo que son en los principales mercados en vías de desarrollo, cuyas políticas monetarias se mantienen deliberadamente a la sombra de una economía cada vez más próspera.

A largo plazo, los inversores que buscan un crecimiento económico sostenible es mucho más probable que lo encuentren en el este y el sur de Suez, y no en el viejo mundo agobiado por su deuda. Incluso aunque, tal y como se espera, la tasa de crecimiento de China se reduzca a un "moderado" 5-6% anual a medio plazo, el resto del mundo la mirará con envidia.

Una pregunta interesante es si los inversores con un horizonte a largo plazo deberían siquiera molestarse en sopesar los méritos de los mercados emergentes y desarrollados.

Durante los últimos 17 años aproximadamente, desde que se recaban los datos para los mercados emergentes que han permitido realizar comparaciones con el S&P 500 de EE. UU., ambos han marchado a un ritmo totalmente distinto para terminar llegando al mismo lugar.

Durante la década de los 90, en la que EE. UU. desarrolló una verdadera obsesión por la tecnología, los medios de comunicación y las telecomunicaciones, el mundo en vías de desarrollo estaba sumido en una crisis y sus mercados de renta variable no levantaron cabeza en diez años. Después, cuando EE. UU. padeció su propia "década perdida", los mercados emergentes despegaron. Durante la crisis financiera, los dos han marchado en formación más o menos cerrada.

El dato que resulta totalmente inesperado en esta gráfica es que da exactamente igual la línea que decidiera seguir en 1994. Los mercados emergentes han terminado con algo de ventaja al final de estos 17 años pero esto no quiere decir nada.

¿Qué podemos aprender de esto y qué significa para los que están tratando de decidir dónde invertir hoy su dinero? El punto clave son las valoraciones. Cuando los mercados emergentes empezaron a destacarse del mundo desarrollado en 2003, sus acciones estaban, de media, la mitad de caras (en términos de valor contable). Cuando el mercado alcanzó su techo en 2007, las acciones estaban un 20% por encima de la par. Las acciones de los mercados desarrollados rindieron menos de lo esperado a partir del año 2000 porque abrieron con un precio ridículo.

Avanzamos rápidamente hasta nuestros días y no hay mucho dónde elegir entre los dos términos de valoración. Las acciones de los mercados emergentes se cotizan al doble del valor de sus activos subyacentes, mientras que las del mundo en su conjunto lo hacen a 1,9 veces dicho valor.

Si resulta imposible elegir a un solo caballo que gane durante 20 años seguidos y, de todos modos, la carrera siempre termina en empate, la única actitud sensata es apostar por todos.