¿Cómo suele proceder un gestor cuando le estalla en cartera una posición fallida como la del Popular?

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Pescanova, Gowex, Banco Popular… A lo largo de los últimos años hemos visto cómo algunas compañías desaparecían del mercado de la noche a la mañana, cogiendo a los gestores de fondos con posiciones en los valores. ¿Cómo suele proceder un gestor de fondos cuando le estalla en cartera una posición fallida como la del Banco Popular? Se lo hemos preguntado a Carlos Fernández, gestor de MCH Investment Strategies y profesor del IEB, con el objetivo de tratar de arrojar luz sobre una cuestión de la que se habla poco pero que es importante, ya que afecta a la credibilidad del gestor y también genera nerviosismo e intranquilidad entre los inversores, quienes preguntan a sus asesores financieros o banqueros privados si entre sus posiciones se encuentra la compañía fallida.

Lo primero que nos cuenta Fernández es que el gestor lo que va a tratar de hacer a toda costa es quitarse de encima la posición para evitar que le pille el toro. Generalmente, antes de que se produzca el siniestro total, el ruido en torno a la empresa aumenta de manera significativa. En el caso del Popular, por ejemplo, las noticias publicadas semanas antes en los medios sobre una posible adquisición de la entidad eran recurrentes y las señales del mercado muy obvias, con fuertes caídas de sus acciones en los últimos días de cotización. Esto hizo que los pocos gestores que todavía se mantenían fieles al valor deshicieran posiciones, por lo que la operación no cogió por sorpresa a las gestoras internacionales. De hecho, es raro encontrarse a entidades cuyos fondos tuviesen una exposición directa al banco.

“Cuando la visibilidad sobre una compañía se reduce de manera alarmante y el gestor no lo ve claro, tratará de vender y quitarse el problema de encima antes de que la situación se complique aún más. Al fin y al cabo, para él siempre va a ser mejor vender al precio del mercado antes que su valoración sea cero, como ocurrió con el Popular, o que el organismo supervisor suspenda la cotización de la compañía sine die como sucedió con Pescanova”, explica Fernández. Pero… ¿y si ha decidido mantener la posición hasta el final? En ese caso, el gestor estaría asumiendo un riesgo que, de salirle mal, le generaría algunos problemas. Curiosamente, el más importante no vendría por el lado de la gestión, sino por el de la comunicación.

“Cuando se produce una situación de este tipo, lo más difícil es gestionar la comunicación con los clientes, los inversores, los analistas y hasta con los medios de comunicación. Eso es lo complicado, ya que nada más producirse el evento empiezas a recibir un aluvión de llamadas preguntándote por tus posiciones y por tu exposición al valor a pesar de que los efectos que puede tener sobre la cartera son muy limitados. En una cartera muy diversificada, puede ocurrir que el gestor haya decidido mantener el valor en cartera, si bien el daño no sería importante precisamente por la diversificación de la estrategia. En una cartera concentrada, el perjuicio sería mucho mayor por el mayor peso que podría tener el valor, aunque en realidad estos casos no se suelen producir”, explica Fernández.

En caso de que la posición fallida no sea una acción sino un bono, las preocupaciones del gestor serían las mismas: que la emisión no tenga un impacto importante en la cartera y que la comunicación con los clientes sea apropiada. Sin embargo, aquí el gestor contaría con una ventaja que no tiene con las acciones: la posibilidad de vender el bono de la compañía en el mercado interbancario incluso una vez después de anunciada su caída. “Ocurrió con la deuda de Lehman Brothers. Cuando una compañía se declara en quiebra, sus bonos se siguen comercializando en los mercados interbancarios, un mercado no organizado pero que al gestor le brinda la posibilidad de vender (y también comprar) la emisión a una fracción del precio al que cotiza. Es ahí donde acostumbran a moverse los fondos distressed”.